13 de junio de 2019 por CADTM
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Desde mediados de diciembre de 2018, en Sudán existe una rebelión popular de gran amplitud. La explosión social fue generada por la pobreza, la precariedad y el desempleo que afecta fuertemente a los jóvenes, como sucede en otras regiones de África del Norte y Oriente Próximo. El detonante fue la enorme inflación que produjo el gran aumento de los precios de los artículos de primera necesidad, debida a los efectos de las medidas exigidas por el FMI, que impone la liberalización de la economía desde hace treinta años. Una liberalización que solamente favoreció el enriquecimiento de los próximos a la jefatura del Estado.
A la protesta social, se agregó la protesta contra el autoritarismo del régimen de Omar Al-Bachir quien, después de haber tomado el poder por un golpe de Estado militar en 1989, bloqueó a la sociedad, a sus medios de expresión y de protesta. El autoritarismo fue sostenido por una política belicosa, utilizando como chivo expiatorio a la población de Darfour, contra la cual cometió un genocidio, y a la población mayoritariamente cristiana de lo que constituye, desde 2011, el Estado independiente de Sudán del Sur (anteriormente fue una región de Sudán). La protesta social rápidamente derivó en la exigencia de acabar con el régimen de Omar Al-Bachir, apoyado por el ejército y los Hermanos musulmanes.
Las rebeliones populares en Sudán y en Argelia se enmarcan en la continuidad de los movimientos populares que comenzaron en diciembre de 2010 en Túnez y que se extendieron en la región de lengua árabe durante 2011. Se trata efectivamente de un proceso revolucionario prolongado que atraviesa la región, que exige un cambio profundo de las estructuras económicas y sociales a favor de las clases populares. Las contrarrevoluciones de los regímenes establecidos, de los fundamentalismos y de los imperialismos regionales e internacionales no podrán detener este proceso. Únicamente podrán atrasar su culminación.
La masiva rebelión en Sudán logró una primera e importante victoria cuando Omar Al-Bachir fue obligado a dimitir el 11 de abril de 2019, cerca de treinta años después de haber tomado el poder. Fue expulsado de sus funciones por el ejército que, tratando de salvar al régimen, cambió su cabeza y formó un «consejo militar de transición». Sin embargo, como en Argelia tras la partida de Abdelaziz Bouteflika el 2 de abril de 2019, el movimiento popular no quedó satisfecho con esos cambios: rechazaron que su revolución fuera confiscada por el alto mando militar, como pasó en Egipto en 2013. Por ello, los y las manifestantes no abandonaron la calle, exigiendo la caída de todo el régimen, la formación de un gobierno de transición civil y la organización de elecciones libres. Estas se realizarían tras un período de tres años, cuya duración relativamente larga debería permitir la organización de un debate democrático, en una sociedad que ha sido silenciada por el poder durante treinta años.
La rebelión popular demostró tener un formidable imaginario colectivo y una gran tenacidad. A partir del 6 de abril de 2019, se organizó la ocupación del espacio ante el complejo que alberga a la presidencia y al cuartel general del ejército en la capital Jartum. La ocupación se fue ampliando día a día, dando nacimiento a una «ciudad dentro de otra», donde la efervescencia democrática se mantuvo día y noche. El movimiento reconoció la legitimidad de las Fuerzas de la Declaración de Libertad y Cambio (FDLC) para representarlo. Esta coalición está compuesta especialmente por la Asociación de Profesionales Sudaneses (APS), organizaciones políticas de la oposición, desde grupos políticamente liberales hasta el Partico Comunista sudanés, y grupos político-militares del Sud y Oeste del país, que declararon un alto el fuego a favor de la rebelión popular. La APS, que originariamente agrupaba a médicos, periodistas y abogados, se amplió a los y las docentes, ingenieros/ingenieras, artistas, y más recientemente, a obreros, obreras, y personal de los ferrocarriles, tiene un papel central en la coalición FDLC. También influyen los grupos feministas, estando las mujeres en primera línea del movimiento popular. Es inevitable constatar que esta coalición no hizo ninguna concesión a los militares desde que se comprometió en el proceso de negociación, cuyo objetivo era satisfacer las exigencias de la rebelión en lo que concierne a la formación de un gobierno civil de transición.
Frente a un movimiento popular de tal fuerza, el comando militar, que buscaba hasta ese momento aparecer como el garante de una transición democrática pacífica, finalmente se sacó la careta y decidió aplicar la fuerza. El 3 de junio de 2019, por la mañana, las Fuerzas de Apoyo Rápido, una milicia paramilitar plenamente integrada en el régimen, junto con otras fuerzas de seguridad, atacaron y dispersaron a los y las que ocupaban la plaza en Jartum, e implantaron el terror, tratando reprimir totalmente el impulso democrático con balas reales, violando a las mujeres e incendiando los campamentos. Un balance Balance “Fotografía” a final de año de los activos (lo que la empresa posee) y pasivos (lo que la empresa debe) de una sociedad. Dicho de otra forma, los activos el balance aportan información acerca de la utilización de los fondos recabados por la sociedad. Los pasivos del balance informan sobre el origen de los fondos captados. provisional habla de más de 100 muertos y cientos de personas heridas.
Las Fuerzas de la Declaración por la Libertad y el Cambio, designaron con claridad al consejo militar de transición (renombrado «consejo del golpe de Estado») como responsable de esta masacre, y pusieron fin a las negociaciones con dicha autoridad. Las FDLC llaman a una huelga general y a la desobediencia civil total hasta la caída del régimen.
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