20 de octubre por Fabien Escalona

Foto: Vincent Noirhomme (CADTM)
Más de 100.000 personas se manifestaron en Bruselas el martes 14 de octubre para protestar por los múltiples ataques de la coalición gobernante contra el Estado de bienestar. La audacia del gobierno es el signo de un momento de aceleración de la transformación neoliberal del país.
Olas de banderolas verdes y rojas el martes 14 de octubre, a media mañana, por las escaleras de la estación norte de tren de Bruselas. Portadas por los miembros de los sindicatos cristianos y socialistas, que formaron un frente común ese día para protestar, en la capital federal belga, contra las medidas de austeridad, aplicadas o anunciadas por los diferentes niveles de gobierno en Bélgica.
La impresionante manifestación, que trascendió las barreras lingüísticas y generacionales, mezclando todos los sectores de actividad, reunió a más de 100.000 personas. Por la tarde, el primer ministro, Bart De Wever, nacionalista flamenco, no pronunció el tradicional discurso de política general del segundo martes de octubre. En realidad, el “cónclave” presupuestario de los componentes de su coalición, llamada “Arizona”, se ha retrasado. Y la movilización social, anunciada desde hace mucho tiempo, no le ha animado a acelerar el ritmo.
Aunque los anuncios oficiales no deberían producirse hasta la próxima semana, no faltaron motivos para manifestarse. En primer lugar, están las medidas ya votadas, como una reforma que limita los derechos al seguro de desempleo a dos años. Entrará en vigor el 1 de enero y empujará a miles de personas a estructuras de asistencia que ya están desbordadas.
Además están las medidas conocidas del programa de la coalición, como la que reduce las vías para obtener una jubilación anticipada y decente antes de la edad de... 67 años. Y finalmente están los «globos sonda», más inciertos pero que siembran la preocupación, como la propuesta de De Wever de una «moratoria de índice», es decir, suspender temporalmente la indexación de los salarios a la inflación, una conquista que se ha mantenido en Bélgica que, a pesar de no ser perfecto aún protege frente al aumento de los precios.
“Es un gobierno de rodillos apisonadores”, se alarma un grupo de empleados de una casa de jóvenes que han venido a manifestarse, lamentando que “ataque a los más pobres y precarios”. Étienne y Patricia, una pareja francófona de unos cincuenta años, también señalan el “paquete indigesto”: “¿Por qué quieren hacernos retroceder? Pensamos en nuestros hijos, en las personas al final de su carrera que ya no encuentran trabajo. Ya no hay estabilidad ni horizonte de futuro".
La elección del capital y las desigualdades
En el lado gubernamental, se recuerdan los compromisos europeos y el nivel de endeudamiento del país (cercano al de Francia, con un 107% del PIB
Producto interno bruto
PIB
El PIB es un índice de la riqueza total producida en un territorio dado, estimada sobre la base de la suma de los valores añadidos.
). En cuatro años, el ejecutivo busca ahorrar unos veinte mil millones. Sin embargo, al igual que en Francia, su retórica está debilitada por dos elementos.
Por un lado, el capital se salva de cualquier esfuerzo significativo, y las empresas privadas siguen recibiendo un apoyo público masivo de efectos dudosos, como documentó recientemente un grupo de economistas críticos. Por otro lado, parece que existen márgenes de maniobra para el aumento del gasto militar. Concurrencia de circunstancias, los primeros aviones de combate F-35, muy caros y comprados en Estados Unidos, llegaron el lunes a suelo belga.
En la manifestación, tres nombres fueron atacados de forma recurrente en las consignas y carteles. El de De Wever, obviamente, caricaturizado como un carnicero armado con una motosierra, o como el sospechoso número uno del “robo de las pensiones”. Históricamente cercano a la patronal flamenca, es el principal responsable de una política económica cuyos efectos restrictivos pesarán en primer lugar sobre las comunidades y los grupos sociales francófonos.
También nos cruzamos con el del socialista flamenco Conner Rousseau, único garante de izquierda de la coalición. Su giro derechista se mide por el hecho de que él mismo defendió la violenta reforma del seguro de desempleo. Pero en una manifestación donde los francófonos eran numerosos, fue el liberal Georges-Louis Bouchez, jefe del Movimiento Reformista (MR), quien sufrió las acusaciones más violentas.
“No tiene interés en pasear por aquí hoy”, advirtió Étienne al comienzo de la manifestación, llamándole de forma imaginativa “perro del guardabosques del señor barón”. Una forma de subrayar mejor su sumisión a los intereses de los círculos empresariales, a ambos lados de las comunidades lingüísticas y culturales. Pero podemos preguntarnos precisamente sobre los riesgos electorales asumidos por Bouchez con esta orientación: su partido solo existe en el espacio electoral francófono, donde se encuentran las principales víctimas de los próximos presupuestos.
“En su lógica”, explica el politólogo Damien Piron, de la Universidad de Lieja, «el MR cree que trabaja para todo el país, así como para los empresarios valones, que se supone que se benefician de las reformas neoliberales. Y en el sistema belga, su objetivo no es necesariamente maximizar los votos, sino consolidar su 30% en Valonia para luego asociarse con otros partidos, en coalición a nivel federal».
Una “aceleración” de la trayectoria neoliberal
No es la primera vez que Bélgica se enfrenta a medidas de austeridad y a un programa neoliberal. Lo que es más raro es la casi ausencia de medidas compensatorias que solían conducir a cuestionamientos más templados, o en cualquier caso más negociados, del Estado de bienestar.
De hecho, aparte de los socialistas flamencos de Vooruit, que en realidad es un partido centrista, la izquierda está ausente del poder federal y de los poderes regionales. El Partido Socialista Francófono está pasando por una dura cura de oposición. “No solo es históricamente débil, sino que sufre una competencia electoral sin precedentes a su izquierda”, señala Damien Piron. La izquierda radical del Partido del Trabajo Belga (PTB), muy presente en las movilizaciones sociales, le reprocha sus compromisos pasados.
“Lo que es tan inédito en la configuración actual”, continúa el politólogo Arthur Borriello, profesor de la Universidad de Namur, “es también la debilidad del movimiento social y de los “pilares” [una red de estructuras de organización que comparten la misma base ideológica – ndlr]. Los actores políticos partidistas, especialmente los que están en el poder, están cada vez más desconectados de las organizaciones sindicales o mutualistas a las que estaban vinculados".
Este es el caso de los Comprometidos (Engagés), partido heredero de la democracia cristiana y miembro de la coalición Arizona. Algunos lo consideran uno de sus eslabones débiles, susceptible de desafiar las políticas de austeridad lejos de sus consignas de la campaña, pero se ha alejado mucho del sindicalismo cristiano. En cuanto a la oposición, incluso el PS marca su independencia de la central socialista FGTB. Esta estaría “en pánico total”, según Arthur Borriello: “Su fuerza de movilización se ha erosionado a fuerza de burocratización, y ya ni siquiera tiene lazos partidistas en el poder".
Sobre todo, el principal partido de la coalición gobernante, el N-VA de Bart De Wever, no forma parte de ninguno de los pilares históricos del país. “Los nacionalistas flamencos son neoliberales puros, sin conexión con esta sociedad civil organizada”, confirma la politóloga Zoé Évrard, con contrato postdoctoral en la Universidad Católica de Lovaina. La vispera de la movilización del martes, el primer ministro publicó un tuit con motivo del centenario de Margaret Thatcher, estimando que «todavía resonaban» sus palabras sobre la falta de una alternativa a su política hostil a los empleados ordinarios.
La investigadora, que ha analizado con Damien Piron y otros colegas el proyecto de austeridad de la coalición, califica el momento actual de “aceleración” de la trayectoria neoliberal del país.
Como en otros países occidentales, el primer giro sostenible hacia la recomercialización de la producción y las relaciones sociales se produjo a principios de la década de 1980. “La formación del llamado gobierno “Martens-Gol”, en diciembre de 1981, marca un cambio en la alianza de los social-cristianos en el poder, que entonces hicieron de la recuperación de los beneficios de las empresas un objetivo central”, explica Zoé Évrard. Utilizan poderes especiales para este fin, en una especie de excepcionalismo de crisis".
La década de 1990 estuvo marcada por una consolidación de las políticas económicas neoliberales, esta vez con la implicación del espacio socialista. “Se está estableciendo un nuevo régimen”, continúa la investigadora, “en un contexto en el que se trata de cumplir con los criterios de Maastricht para participar en la unión económica y monetaria. La mayor parte de las privatizaciones se produce en ese momento. Esta consolidación cuenta con mucho apoyo en las élites económicas belgas, pero también se observa una gran ambigüedad del mundo sindical, que negocia los logros a cambio de una canalización de las protestas".
Con la ofensiva actual, el neoliberalismo gubernamental se vuelve más brutal, menos negociador, y provoca la reconstitución de un frente sindical unido. "Se están cruzando nuevos umbrales”, confirma Damien Piron, quien advierte que las decisiones federales pueden trasladar los costes difíciles de soportar a las entidades federadas. Esto podría dar lugar, posteriormente, a una solicitud de refinanciación de las entidades más frágiles, que los nacionalistas flamencos solo aceptarán a cambio de una cesión adicional de competencias del Estado belga.
Por lo tanto, lo que está en juego va más allá de las opciones presupuestarias del gobierno para el próximo año. Es la singularidad del modelo político y económico belga la que se verá más o menos afectada por la prueba de fuerzas esperada este otoño.
Fuente: sinpermiso.info, extraída de Mediapart
Traducción: Enrique García
Doctor en Ciencias Políticas y autor de una tesis sobre «La reconversion partisane de la social-démocratie européenne» (Dalloz, 2018), y del ensayo «Une République à bout de souffle» (Seuil, 2023). Tras colaborar puntualmente con Mediapart, se incorporó al equipo de forma permanente en febrero de 2018. Es miembro del departamento de política, y también trabaja en temas internacionales y noticias de ciencias sociales.