Serie: Las anulaciones de la deuda en el curso de la historia (parte 3)
21 de diciembre de 2012 por Jean Andreau
Jean-Pierre Dalbéra - Flickr cc
La deuda
Deuda
Deuda multilateral La que es debida al Banco Mundial, al FMI, a los bancos de desarrollo regionales como el Banco Africano de Desarrollo y a otras organizaciones multilaterales como el Fondo Europeo de Desarrollo.
Deuda privada Préstamos contraídos por prestatarios privados sea cual sea el prestador.
Deuda pública Conjunto de préstamos contraídos por prestatarios públicos. Reescalonamiento. Modificación de los términos de una deuda, por ejemplo modificando los vencimientos o en relación al pago de lo principal y/o de los intereses.
pública no existía en la Antigüedad grecorromana. La ausencia de tal deuda es una de las curiosidades de las ciudades griegas y romanas de la Antigüedad, si las comparamos con las ciudades italianas de finales de la Edad Media y de los Tiempos Modernos, así como con los Estados de los Tiempos Modernos. Ciertamente, algunas ciudades griegas, sobre todo en la época helenística, contrajeron préstamos públicos l2l. Pero esos préstamos eran ocasionales y no se perpetuaban; nunca eran consolidados, no constituían jamás deuda pública. En cuanto a Roma, su postura sobre los préstamos públicos era absolutamente radical: los eludía todo lo posible, y se esforzaba por evitar que las ciudades de su Imperio se endeudaran. La misma política fue seguida por los Emperadores romanos Augusto y sus sucesores l3l. Roma solo ha pedido prestado dinero durante las guerras ’púnicas’ (las guerras contra Cartago), en el Siglo III antes de Cristo, que fueron especialmente duras. Se endeudó con sus ciudadanos, a través de retenciones reembolsables obligatorias, y no con financieros más o menos profesionales.
No es pues el problema del endeudamiento público el que se va a poner en cuestión aquí, sino las deudas de los particulares en el mundo romano. Los textos antiguos hablan bastante de estas deudas de los particulares y de sus crisis resultantes. Por ejemplo, el historiador Tácito, probablemente nacido en el 58 después de Cristo y muerto hacia el 120, escribía sobre una crisis de endeudamiento que se produjo en el 33 después de Cristo, bajo el reino de Tiberio: ’El préstamo con intereses era un mal instalado en la ciudad de Roma, y una causa muy frecuente de sediciones y discordias. Así se lo limitaba en los tiempos antiguos...’ l4l. Estos tiempos antiguos son el V y el IV antes de Cristo, pues en las siguientes líneas, Tácito hace alusión a la ’Ley de las Doce Tablas’, texto normativo que data del 450 a.C., y a la prohibición del préstamo con intereses, prohibición decidida muy probablemente en el 342 a.C.
En los siglos V y IV a.C., se pagaba con barras de bronce, después, hacia finales del siglo IV, con las primeras monedas acuñadas en bronce. El endeudamiento podía conducir entonces a una suerte de servidumbre, que los Latinos llamaban ’nexum’ y que nosotros llamamos en general la esclavitud de la deuda. El deudor insolvente era condenado y adjudicado a su acreedor, que le hacía trabajar la tierra. No podía ser vendido, no era un esclavo-mercancía; permanecía en el territorio de su ciudad (a diferencia del esclavo-mercancía, que, salvo excepciones, no era esclavo en su propia región); en principio, se le consideraba todavía un ciudadano; pero ya no era libre más, y de manera definitiva. Esta esclavitud de la deuda, que provocó graves problemas sociales, sobre todo en el siglo IV a.C., fue finalmente abolida, para los ciudadanos romanos, por una ley del 326 a.C.
El final del siglo IV antes de Cristo estuvo pues marcado por una fuerte reacción social contra el endeudamiento, pero si la esclavitud de la deuda no volvió a atañar a los ciudadanos romanos, la abolición del préstamo con intereses no duró mucho tiempo, y desde entonces, el préstamo con intereses no ha sido prohibido nunca más. Así pues, crisis de fuerte endeudamiento privado se sucedieron en los siglos siguientes en Italia y en el resto de la dominación romana. Son las que estallaron en el centro meridional de Italia en el siglo I a.C. las mejor documentadas, gracias a las obras de Cicerón y otros autores. Estas crisis italianas tuvieron una importancia particular, por la importancia de la ciudad de Roma, de sus elites y del comercio que aseguraba su aprovisionamiento; pero no afectaron necesariamente a todo el Mediterráneo. En otros lugares las crisis de endeudamiento se produjeron también, pero no necesariamente en las mismas fechas. En Roma y en la Italia central hubo una crisis de endeudamiento en 193-192 a.C.; Catón tuvo que hacer frente a una crisis de este tipo en Cerdeña siendo gobernador, en el 198 a.C. l5l. Y se produjo otra en Etolia y Tesalia en el 173 a.C. El gobernador de la provincia, Ap. Claudius Pulcher, aligeró las deudas y renegoció sus vencimientos, fijando pagos anuales para los reembolsos l6l. Etc.
Las deudas privadas podían tener dos fuentes: Por un lado, los impagados; por otro, los empréstitos no reembolsados. En el primer caso, el deudor no se había endeudado, pero no había satisfecho un pago debido. En concreto, no era raro que los impuestos no fueran abonados. Las crisis fiscales y las protestas contra los impuestos no eran raras, sobre todo fuera de Italia, porque Italia, a partir del 167 a.C., estaba en la práctica dispensada de lo que llamamos impuestos directos. Así es como los problemas fiscales se produjeron en el inicio del reinado de Tiberio, primero en Acaya y Macedonia (15 d.C.), después en Judea y en Siria (17 d.C.) l7l. Para remediarlo, los emperadores a veces borraban las deudas resultantes de atrasos fiscales. Es lo que hicieron, por ejemplo, en el siglo II d.C., Adriano y después Marco Aurelio l8l. Mientras que los poderes públicos romanos eran, como veremos, muy reacios a la abolición de las deudas de los particulares, aceptaban a veces eliminar las deudas fiscales.
No es fácil conocer las causas de cada crisis de endeudamiento. Pero evidentemente no todas eran igual de graves. El préstamo con intereses se practicaba mucho en todos los medios, en especie (préstamos de cereales, por ejemplo). Conocemos extremadamente poco acerca de los préstamos en especie, y nos es imposible saber qué porcentaje representaban; en Egipto, donde los papiros proporcionan una documentación más abundante que en otros sitios, no eran mayoritarios en absoluto. En todo caso, había ciertamente entre los pobres (campesinos, granjeros y aparceros, diversos profesionales de las plebes urbanas, etc.) un endeudamiento crónico. Las crisis nacían cuando este endeudamiento popular se agravaba, y cuando una parte de las elites (una parte de los senadores, caballeros y notables de distintas ciudades) estaba también endeudada. Los miembros de las elites tenían la costumbre de contraer préstamos, mientras que algunos de ellos prestaban mucho dinero, y que otros prestaban y se endeudaban al mismo tiempo. Si los deudores de entre los miembros de la elite dejaban de pagar, su vida financiera de elite se bloqueaba. La crisis de endeudamiento tenía entonces graves consecuencias sociales y políticas. Tales coyunturas podían tener distintos tipos de causas: Malas cosechas que agravaban la condición de todos los que vivían de la agricultura; tensiones militares o políticas; una disminución del stock monetario disponible, disminución que impedía a los deudores tener todo el dinero necesario para sus pagos y que producía un alza de los tipos de interés; etc. Pero estamos muy mal documentados sobre estas causas; muy a menudo debemos limitarnos a hipótesis.
De principios del siglo I a.C. a finales del siglo I d.C. hubo en Italia cuatro crisis principales de endeudamiento y de pagos. La primera data de los años 91-81 a.C. Después hubo otra en los años 60 a.C. (que provocó, en los años 63-62 a.C., la ’Conjuración de Catilina’), -una tercera entre 49 y 46 a.C. durante la guerra civil entre César, Pompeyo y los pompeyanos-, y otra más en el 33 d.C. l9l
Mención aparte merece la crisis de los años 91-81 a.C., que acompañó a tres guerras muy mortíferas (la guerra ’Social’ entre Roma y sus aliados italianos; la guerra civil entre las tropas de Marius y las de Sila; la guerra contra Mithridates, que, en el 88, hizo asesinar a varias decenas de millares de romanos e italianos en el Mediterráneo oriental). Ésta parece haber sido la más grave de las cuatro; se caracteriza por la explosión de las deudas y por los problemas monetarios y presupuestarios al mismo tiempo. La confusión reinante entonces en la circulación monetaria y las tensiones sociales debidas al endeudamiento condujeron a los magistrados romanos, en el 86 a.C., a consolidar un cuarto de las deudas, dicho de un modo más claro, a abolir tres cuartos de las mismas. Es la única vez que es abolida tal proporción de las deudas en la Historia de Roma. Nunca ha habido en Roma una abolición total de las deudas l10l.
La Conjuración de Catilina duró un año y medio, entre mediados del 64 y principios del 62 a.C.; pero su fase propiamente insurreccional no pasó de algunos meses, entre octubre del 63 y enero del 62 a.C. Es interesante porque tenemos sobre ella una documentación bastante rica. En efecto, Salustio consagró un tratado histórico; y Cicerón, que combatió a los conjurados cuando era cónsul en el 63 a.C. (el consulado tenía en Roma la magistratura más alta, y era ocupado cada año por dos senadores), escribió cuatro discursos contra Catilina (las ’Catilinarias’). Es muy interesante también porque no se produjo en el marco de una guerra civil, y porque los textos conservados nos muestran los argumentos de los conjurados endeudados, y los de Cicerón, que los combatía. Sin ser él mismo un gran prestamista, Cicerón estaba, por principios, más cercano a las posiciones de los acreedores que a las de los deudores.
Él no dejó de insistir en la extrema gravedad de la conjuración, en la época misma de la conjuración y después; presumía que los conjurados querían destruir completamente el Estado romano. Tal formulación es ciertamente excesiva. En los cuatro discursos que pronunció en el momento mismo de los acontecimientos, Cicerón dramatizaba la situación al máximo para movilizar a la opinión. Después, la represión de la conjuración se convirtió en su gran título de gloria. Pero Salustio, pese a ser poco partidario de Cicerón, insistió también en la gravedad del ’affaire’; lo llamaba ’bellum Catilinarium’ (la guerra de Catilina) l11l.
Fue ciertamente menos sangrante que las guerras civiles de los años 80 a.C. Pero condujo a ejecutar a cinco importantes personalidades, entre ellas a un antiguo cónsul que ejerció la pretoría en el 63, Publio Cornelio Léntulo; y varios miles de partidarios de Catilina murieron en Pistoya a principios del 62 (entre 3.000 y 10.000 ?). También fue más dramática que la crisis monetaria del 33 d.C., que se desarrolló sin derramamiento de sangre.
Es imposible contar aquí, en detalle, todo lo que sabemos sobre su desarrollo político. Su jefe, Catilina, senador de muy antigua familia, y antiguo partisano convencido de Sila en los años 80, se presentó dos veces a las elecciones para llegar a ser cónsul, en el 63 y el 62, y fracasó en ambas ocasiones. Entre sus partidarios había todo un grupo de senadores, y bastantes personalidades importantes l12l. Corría el rumor, por ejemplo, de que el famoso Craso le apoyaba discretamente (Craso y Pompeyo, en aquella época, eran los dos hombres políticos más influyentes de Roma, y eran reconocidos rivales. César no tenía todavía la influencia que adquiriría tres o cuatro años más tarde; tenía 36 años y era una estrella en ascenso.
Si creemos a Salustio, Catilina insistió, junto a este grupo de partisanos convencidos, en el contraste entre su propia pobreza, su endeudamiento, por un lado, y por otro, la riqueza y la altivez de aquellos que ocupaban el poder y que, del hecho de sus cargos políticos, se aprovechaban del dinero pagado en tributos por los soberanos extranjeros o, a modo de impuesto, por los extranjeros residentes en Roma l13l. Les prometió las ‘tabulae novae’, es decir, la abolición de las deudas. Al mismo tiempo, les hablaba de la toma del poder, de la proscripción de los adversarios, del botín de guerra.
Hay discusiones acerca del significado de ‘tabulae novae’, expresión que, tomada al pie de la letra, designa el establecimiento de nuevos registros financieros o de nuevos reconocimientos de deudas l14l. Es un eslogan que hace referencia a la abolición completa de las deudas resultantes de préstamos de dinero. Este eslogan, muy popular entre la plebe de Roma, evidentemente se topaba con una hostilidad muy fuerte por parte de los prestamistas y todos los acreedores. La abolición de las deudas podía obtenerse con el voto de una ley. Esa ley, si Catilina hubiera sido elegido y la hubiera hecho votar, ¿Habría prohibido el préstamo con intereses para el futuro? Lo ignoramos; no es seguro del todo. La abolición de las deudas es una cosa, la prohibición del préstamo con intereses, otra. Pero, como ya he dicho, jamás tales ‘tabulae novae’ fueron instituidas en Roma para abolir todas las deudas. Sin embargo, en el 86 a.C., ya lo hemos visto, se abolieron las tres cuartas partes de las deudas, lo que se acerca mucho a una abolición total.
En el 64 a.C., una parte de la plebe urbana de Roma (es decir, el pueblo libre de la ciudad, en parte constituido, ciertamente, por clientes más o menos parásitos de las grandes familias, pero también por pequeños comerciantes, obreros y artesanos) estaba muy endeudada. Los disturbios estallaron. Hubo que disolver las asociaciones de la plebe y prohibir las reuniones. Tras su fracaso en las elecciones, en octubre del 63, Catilina decidió pasar a la acción violenta. Se rumorea que quería asesinar al cónsul Cicerón y pegar fuego a Roma. Los conjurados tenían numerosos seguidores, según dicen Cicerón y Salustio:
En la plebe de Roma;
Entre los jóvenes de la elite senatorial. Estos “jóvenes” estaban bajo el control legal de sus padres, pero como grupo, esta juventud dorada ejercía una influencia y contribuía caldear el ambiente de la ciudad. Las tensiones llegaron a tal punto que Apio cita el caso de un “joven” senador que fue muerto a manos de su padre porque era favorable a la conjuración.
Y entre los “colonos” de Sila.
En los años 82-79 a.C., tras su victoria en la guerra civil, Sila había instalado sobre el terreno a un número importante de sus antiguos soldados, de sus veteranos. Apio da la enorme cifra de 120.000 antiguos soldados así instalados; pensamos en general en 23 legiones, es decir, entre 80.000 y 100.000 hombres. Ya es un gran total, si suponemos que en el censo del 70 a.C. había en total alrededor de 900.000 ciudadanos romanos varones adultos. Esto significa que el 10% de los ciudadanos romanos había recibido tierras de Sila, tierras que, como consecuencia de la guerra civil, habían sido confiscadas a sus antiguos propietarios. Algunas de esas “colonias” y de las distribuciones individuales de Sila se situaban muy cerca de Roma, otras en Etruria (sobre todo en Arezzo y Fiesole) o en Campanie (en Pompeya, por ejemplo). Como Catilina era un antiguo partisano de Sila, muchas de ellas se aliaron a él (sobre todo las de Toscana, Arezzo y Fiesole).
Es imposible detallar aquí todo lo que sabemos del desarrollo de la conjuración. El cónsul Cicerón hizo decretar el estado de urgencia (La “senatus-consulta última”), y, para combatir mejor a Catilina, le indujo a abandonar la ciudad de Roma. Catilina reunió en la Toscana a sus partisanos insurgentes (el 8 de noviembre) y fue declarado enemigo público por el Senado. Cicerón, en Roma, hizo arrestar a cinco mandos de Catilina, entre ellos el pretor Léntulo, que fue destituido (el 3 de diciembre). La ejecución de ciudadanos romanos, y de ciudadanos romanos de esta importancia, sin proceso, y en virtud del estado de urgencia, no caía de su peso, y César, por ejemplo, clamaba en el Senado contra la pena de muerte (él preconizaba mantenerlos bajo residencia vigilada y juzgarlos tras la derrota completa de las tropas de Catilina). La muerte fue no obstante decidida, y los cinco prisioneros fueron ejecutados el 5 de diciembre del 63. Por otra parte, Catilina y los suyos fueron vencidos y matados por la armada regular en Pistoya, en Toscana, en la segunda quincena de enero del 62. Fue el fin de la “conjuración”.
La circulación monetaria, a consecuencia de la crisis de endeudamiento y de la coyuntura política, estaba como coagulada l15l. Era lo que los Latinos llamaban la ‘inopia nummorum’, la falta de monedas. Consciente de la cosa, Cicerón prohibió el transporte de metales preciosos (oro y plata) fuera de Italia, y puede que incluso el transporte de una provincia a otra l16l.
Este movimiento insurreccional tiene su origen en el endeudamiento de varios categorias sociales: Los antiguos soldados de Silla convertidos en pequeños o medianos propietarios de tierras; la plebe de Roma (comerciantes, artesanos, etc.); y una parte de la elite senatorial. En un pasaje que citaré más abajo, y que data del 44-43, Cicerón repetía que nunca, en Italia, no había habido tantas deudas que bajo su consulado. En repetidas ocasiones, él ligaba explícitamente la crisis de endeudamiento a la existencia de la conjuración. Cuando Catilina deja Roma, por ejemplo, escribe: “¡Pero qué hombres ha dejado tras él! ¡Y qué deudas! ¡Y qué influencia! ¡Y qué nombres!” l17l.
Las grandes crisis de endeudamiento, como la del 64-63, parecen sobrevenir cada vez que la elite senatorial, o al menos una parte de dicha elite, está también endeudada. Hay probablemente un endeudamiento crónico de la plebe urbana y de cierto número de campesinos pobres o modestos, endeudamiento que no se vuelve políticamente dramático hasta que no se une al de la elite. Los senadores endeudados tenían un patrimonio de tierras, animales, esclavos, casas y objetos preciosos, y, si no vendían una fracción de esos bienes, no podían reembolsar a sus acreedores. En el 63, algunos de ellos, incluido Catilina, no se resignaban a deshacerse de una parte de su patrimonio; rechazaban incluso deshacerse de él, desde un punto de vista político, porque sobre ese patrimonio estaban fundados su dignidad y su rango l18l. Salustio presta a Catilina las frases siguientes, que habría escrito en una carta (pero, como sabemos, los historiadores antiguos reescribían las cartas y los discursos que prestaban a los héroes de sus obras).
“Ante la imposibilidad de mantener mi rango, he asumido públicamente, según mi costumbre, la defensa de los desafortunados. No es que no hubiera podido por la venta de mis bienes pagar mis deudas personales (y, en cuanto a las deudas de otros, la generosidad de Aurelia Orestilla [esposa de Catilina] puso a mi disposición sus recursos y los de su hija, con el fin de resolverlas); sino que vi colmados de honores a hombres que no lo merecían, mientras que me sentía apartado en base a sospechas injustas. Es por esto que he concebido la esperanza y formado el propósito, que mi situación justifica ampliamente, de salvar lo que me queda de dignidad” l19l.
En cuanto a otros ricos endeudados que habrían aceptado vender, desde el momento en que buscaban hacerlo, el precio de sus tierras empezaba a bajar l20l.
En el plano individual, el endeudamiento de los senadores se explica a veces por los avatares de su carrera. Como la posición en la elite está en parte condicionada por las elecciones en las que, ciertamente, la “nobleza” de la familia contaba mucho, pero al lado de otros factores, un patricio como Catilina se presentó a las elecciones pretorianas o consulares, perdía la ocasión de recuperar sus fondos, de rehacerse una fortuna comprometida por los inicios de su carrera política.
Catilina y sus seguidores demandaban una abolición de las deudas –que el cónsul Cicerón y la mayoría de los senadores rechazaron-. Años después, en el tratado de los Deberes (‘De officiis’), escrito en el 44-43, Cicerón justifica de nuevo el carácter radical de su política sobre el endeudamiento.
“¿Qué significa el establecimiento de nuevas cuentas de las deudas, sino que tú compras una tierra con mi dinero, que esa tierra eres tú quien la tienes, y que yo no tengo mi dinero? Hay que velar por que no haya deudas, lo que puede perjudicar al Estado. Lo podemos evitar por muchos medios, pero si hay deudas, no de la manera en que los ricos pierden sus bienes y que los deudores adquieren el bien de otros. En efecto, nada mantiene con más fuerza el Estado que la buena fe (‘fides’), que no puede existir si no hay necesidad de pagar las deudas. Jamás se ha actuado con más fuerza para no pagarlas que bajo mi consulado. La cosa fue tentada por hombres de toda condición y todo rango, con armas en mano, e instalando campos. Pero yo los he resistido de tal manera que este mal entero fue eliminado del Estado (‘de re publica’)” l21l.
Pasemos a los colonos de Sila. La fundación de poblaciones llamadas colonias, habitadas por pobres, por ejemplo de la ciudad de Roma, entre los que distribuyeron tierras era bastante tradicional. Y no era la primera vez que ex soldados ‘quasi’ profesionales o prácticamente profesionales recibían tierras. Estas distribuciones tenían a menudo resultados positivos, pero no siempre. En el caso de Sila, fue un fracaso. ¿Por qué razón? No es fácil de explicar, pero una de las razones es ciertamente que en este caso, las tierras distribuidas habían sido confiscadas a ex propietarios, tras una guerra civil l22l. La fundación de tal colonia era un acontecimiento traumatizante para el tejido social de una región (sobre todo cuando intervenía al final de una guerra civil, y cuando esa región no era de tradiciones latinas y tenía una cultura y una lengua propias, como era el caso de Etruria o de las poblaciones oscas del golfo de Nápoles).
Aunque beneficiarios de esos lotes de tierra (de los que ignoramos la superficie, en el caso de la colonización de Sila), los veteranos no eran muy ricos. El problema de las deudas no se presentaba para ellos de la misma manera que para Catilina o Léntulo. Salustio ha hecho figurar en su relato una carta que prestó a Cayo Manlio, un centurión que dirigió a los de Catilina en Toscana l23l. No es cuestión de un patrimonio que se podría vender, sino que no se quiere vender. Manlio insiste en el hecho de que el patrimonio ya ha sido totalmente perdido, al mismo tiempo que la reputación, y que ellos buscan salvar, si aún pueden, la libertad de sus cuerpos. El texto muestra que si la servidumbre por las deudas (definitiva y estatutaria) fuera abolida en Italia, en todo caso para los ciudadanos romanos, existiría todavía un trabajo forzado, provisional, causado por el endeudamiento, hasta que el tiempo de trabajo compense las sumas de dinero debidas. ¿Este procedimiento era aplicado habitualmente? ¿O bien dependía de la personalidad del pretor (magistrado encargado de la justicia, cuya crueldad denuncia Manlio)? Lo ignoramos. En todo caso, la posibilidad de tal trabajo forzado, concebido como un atentado a la libertad, incluso si no se confundía en absoluto con la esclavitud, existía legalmente.
Los autores clásicos son conscientes de que, en las crisis, y especialmente en las crisis de endeudamiento, pueden entrar en juego factores independientes a la voluntad de los agentes, y que, a nuestros ojos, son económicos. Ellos tienen, por ejemplo, plena consciencia de que malas cosechas pueden tener consecuencias sobre el precio del trigo, y por consiguiente producir una crisis de endeudamiento. Las causas económicas de tales crisis que ellos individualizan más a menudo son bien malas cosechas, -bien destrucciones causadas por las guerras (exteriores o civiles), así como el desánimo y el temor que provocan-, bien factores de los comportamientos económicos de tal o cual grupo social.
Comportamientos económicos nefastos pueden ser los de individuos que han gestionado mal sus negocios l24l. Se puede tratar también de grupos sociales que, colectivamente, no han tenido, en la gestión de sus bienes, reacciones adaptadas. Así, según Cicerón, los ex soldados de Sila, habiendo recibido tierras y cegados por su victoria en la guerra civil, quisieron jugar a ser grandes granjeros, construyendo mucho y comprando numerosos esclavos. Así pues se endeudaron en las explotaciones rurales a las que no estaban acostumbrados, y no vieron más salvación que la Conjuración l25l.
Los Clásicos que han hablado de la Conjuración, Cicerón, Salustio y Apio, han insistido infinitamente más en las causas políticas de esta crisis que en los factores “económicos”. Ellos han insistido en la idea de que las causas del endeudamiento había que buscarlas en el medio político y su gestión del dinero público. Lo que se pone de relieve son las dificultades de una parte de la elite, y estas dificultades son atribuidas ante todo a una gestión anormal e injusta de los recursos del Estado. Catilina, en la reunión secreta de sus partisanos en el 64, no incrimina de ningún modo a una coyuntura que habría comprometido la venta de vino, de aceite o de animales producidos en los dominios de los endeudados, sino al acaparamiento de las riquezas del Estado por parte de una camarilla restringida, que excluye al resto de la elite legítima de la ciudad.
Es difícil comprender también por qué el endeudamiento se agravó a ese punto en los años 64 y 63, más que algunos años antes o después de esa fecha. A menudo se ha pensado que las acuñaciones monetarias del Estado estaban involucradas, y que esos años 60 soportaron el contragolpe de emisiones insuficientes en el curso de varios decenios. No es fácil conocer el montante aproximado de las monedas puestas en circulación cada año; hay muchos debates sobre este punto entre los numismáticos. Por otro lado, no se sabe cuántas monedas el Estado refundía y reacuñaba antes de volverlas a poner en circulación. Algunos piensan que el Estado las reacuñaba todas, pero esto no es demasiado verosímil. No es seguro que el número de piezas de plata emitidas haya disminuido en los años 70 y 60 a.C. Queda preguntarse sobre la eventual contracción del stock monetario prácticamente disponible, y en particular sobre la tesaurización. La bajada del precio de las tierras, los problemas de deudas, los disturbios políticos empujaban a algunos a guardar el dinero en sus casas, aunque hubieran podido pagar sus deudas o sus alquileres. Es significativo que César, en el 49, haya prohibido conservar en dinero líquido más de 60.000 sestercios l26l.
En tiempos normales, los poderes públicos intervenían muy poco en los asuntos de los financieros privados, -a no ser a través del funcionamiento habitual de la justicia, y también para fijar un límite a los tipos de interés. Dada la ausencia de una oficina de registro de los contratos, no tenían sin duda los medios, en Italia, de conocer el detalle de todas las deudas contraídas. Pero las crisis de endeudamiento o de pagos en Roma y la Italia centro-meridional eran bastante frecuentes; y en el caso de esas crisis, había que intervenir para evitar graves problemas sociales y políticos. ¿De qué medios de acción disponía el Estado entonces? Para esquematizar, digamos que disponía de cinco tipos de medios. Estos medios fueron todos utilizados en un momento u otro, y correspondían a opciones políticas diferentes:
1) El puro y simple rechazo de toda ordenación de las deudas, combinado con la represión de los eventuales levantamientos (es la actitud de Cicerón en el 63 a.C.);
2) Diversas medidas encaminadas a facilitar el pago de las deudas sin abolir ni el capital ni los intereses: Por ejemplo la disminución no retroactiva del tipo de interés y la renegociación de los vencimientos de las deudas, como se hizo, según Tito Livio, en los años 348-347 a.C. l27l;
3) El pago de fondos públicos a título de donaciones, de préstamos gratuitos o de préstamos a intereses reducidos (es lo que hizo Tiberio en el 33);
4) La concesión a los acreedores de ciertos bienes de los deudores o la organización pública de ventas de patrimonios. La primera de estas dos medidas, que tomó César entre el 49 y el 46, podía ser más favorable a los deudores que la segunda, porque la multiplicación de las subastas abarataba las tierras y condenaba así a los deudores a vender sus bienes a muy bajos precios. El propio César escribió que durante la crisis de los años 49-46, buscaba al tiempo, por un lado, ’hacer desaparecer o disminuir el temor a una anulación general de las deudas, consecuencia casi constante de guerras y problemas civiles, y por otro, mantener la reputación de los deudores’ l28l.
5) La abolición parcial o total de los intereses o del capital de las deudas (en Roma, la abolición total de las deudas no fue decretada jamás; pero sí hubo reducciones de intereses y aboliciones parciales, la más fuerte de las cuales fue la del 86 a.C.).
Las medidas financieras de alcance general tomadas en tiempos de crisis no fueron aplicadas más que muy temporalmente. Cuando César decidió, para remediar la crisis de los pagos que hacía estragos en el 49, que nadie debía conservar más de 60.000 sestercios en dinero líquido, subrayó que esa ley no era nueva, sino que retomaba otra ley ya en vigor l29l. Durante la crisis del 33 d.C., Tiberio restableció una ley de César que nunca había sido derogada, pero que había caído en desuso durante mucho tiempo, porque, según Tácito, el interés privado está antes que el bien público l30l. Y, por laxitud, se dejaron rápidamente de aplicar las medidas tomadas por el Senado en el 33 d.C. Es una de las razones que explican el desencadenamiento de nuevas crisis de endeudamiento, algunos años o decenios después.
Bibliografía.
Andreau 1980 : J. Andreau, « Pompéi : mais où sont les vétérans de Sylla ? », Revue des Etudes anciennes, 82, p. 183-199.
Andreau 2001 : J. Andreau, Banque et affaires dans le monde romain (IVe siècle av. J.-C.-IIIe siècle ap. J.-C.), Paris, Seuil, Collection Points Histoire.
Andreau 2006 : J. Andreau, « Existait-il une Dette publique dans l’Antiquité romaine ? », in J. Andreau, G. Béaur & J.-Y. Grenier (dir.), La Dette publique dans l’Histoire, Journées du Centre de Recherches Historiques (26-28 novembre 2001), Paris, Comité pour l’Histoire économique et financière de la France (C.H.E.F.F.), p. 101-114.
Frederiksen 1966 : M. W. Frederiksen, « Caesar, Cicero and the Problem of Debt », Journal of Roman Studies, 56, p. 128-141.
Hinard 1985a : Fr. Hinard, Les proscriptions de la Rome républicaine, Rome, Ecole Française de Rome.
Hinard 1985b : Fr. Hinard, Sylla, Paris, Fayard.
Ioannatou 2006 : M. Ioannatou, Affaires d’argent dans la correspondance de Cicéron, L’Aristocratie sénatoriale face à ses dettes, Paris, De Boccard.
Lo Cascio 1979 : E. Lo Cascio, “Carbone, Druso e Gratidiano : la gestione della res nummaria a Roma tra la Lex Papiria e la Lex Cornelia », Athenaeum, 57, p. 215-238.
Migeotte 1984 : L. Migeotte, L’Emprunt public dans les cités grecques, Québec-Paris, Editions du Sphinx & Belles Lettres.
Nicolet 1971 : Cl. Nicolet, « Les variations des prix et la ‘théorie quantitative de la monnaie’ à Rome, de Cicéron à Pline l’Ancien », Annales Economies, Sociétés, Civilisations, 26, p. 1202-1227.
Tchernia 2011 : A. Tchernia, Les Romains et le commerce, Naples, Centre Jean Bérard.
Notes
|1| El CADTM publica una serie de artículos sobre las anulaciones de la deuda, las luchas para conseguirlo, el lugar de la deuda en los conflictos políticos, sociales y geoestratégicos a lo largo de la historia. Para poder realizarlos, el CADTM ha contado con la ayuda de numerosos autores diferentes. El primer artículo de la serie es: Toussaint, E. La amplia tradición de anulación de deudas en Mesopotamia y en Egipto del 3º al 1º milenio antes de J.C., publicado el 24 de agosto de 2012. http://cadtm.org/La-amplia-tradicion-de-anulacion . El segundo artículo de la serie : Isabelle Ponet, La remisión de las deudas en la Tierra de Canaán durante el primer milenio antes de Cristo, http://cadtm.org/La-remision-de-las-deudas-en-la
|2| Migeotte 1984.
|3| Andreau 2006.
|4| Tacite, Annales, 6.16.1 (las traducciones que aporto son las de la Colección de las Universidades de Francia, en las ediciones de Belles Lettres ; sucede sin embargo que yo las modifico ligeramente, por ejemplo para hacer el pasaje más claro).
|5| Tite-Live, Histoire romaine, 32.27.3-4.
|6| Tite-Live, Histoire romaine, 42.5.7-10.
|7| Tacite, Annales, 1.76.4 et 2.42.8.
|8| Histoire Auguste, Hadrien, 7 ; Dion Cassius, 72.32.
|9| Sur cette crise de 33 ap. J.-C., voir Andreau 2001, 192-193 et 196 et Tchernia 2011.
|10| Lo Cascio 1979.
|11| Salluste, Conjuration de Catilina, 4.4.
|12| Salluste, Catilina, 17 ; sur Catilina et ses partisans, voir Ioannatou 2006, passim.
|13| Salluste, Catilina, 20-21.
|14| Sur les tabulae novae, voir Ioannatou 2006, p. 72-85.
|15| Voir Nicolet 1971, p. 1221-1225.
|16| Cicéron, in Vatinium, 12 et pro Flacco, 67.
|17| Cicéron, Deuxième Catilinaire, 4.
|18| Sur « l’aristocratie sénatoriale face à ses dettes », voir Ioannatou 2006.
|19| Salluste, Catilina, 35.3-4.
|20| Valère Maxime, 4.8.3.
|21| Cicéron, De officiis, 2.84.
|22| Hinard 1985a et 1985b et Andreau 1980.
|23| Salluste, Catilina, 33.
|24| Cicéron, Deuxième Catilinaire, 21.
|25| Cicéron, Deuxième Catilinaire, 20.
|26| Dion Cassius, 41.38.1-2.
|27| Tite-Live, Histoire romaine, 7.27.3-4.
|28| César, Guerre Civile, 3.1.1-4 ; voir Frederiksen 1966 et Ioannatou 2006.
|29| Dion Cassius, 41.38.1-2.
Jean Andreau es director de estudios emérito en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París.
Traducción: Fatima Marcar; Revisión: Virginie de Romanet