Los Emiratos y Sudán: un sub-imperialismo contrarrevolucionario

28 de octubre por Husam Mahjoub


Campo de refugiados sudaneses en Chad. 16 de mayo de 2023. Henry Wilkins /VOA/ Dominio público

Hoy Sudán no es solo un campo de batalla en el que se enfrentan dos facciones militarizadas. Es también el cementerio de las hipocresías regionales e internacionales y un ejemplo concreto del fenómeno del sub-imperialismo.



Un país sub-imperialista es un país que, sin ser una gran potencia imperialista, actúa de la misma manera que las potencias imperialistas y se comporta en su región como un imperialismo. Y precisamente, la guerra que ha asolado Sudán desde abril de 2023 no es solo una tragedia sudanesa; es la manifestación de un orden mundial en el que los intereses financieros, la influencia militar y las afiliaciones estratégicas importan más que la vida de la población y las aspiraciones democráticas. En el centro de esta configuración se encuentran los Emiratos Árabes Unidos.

El papel de los Emiratos Árabes Unidos en Sudán no es una anomalía. Forma parte de un proyecto coherente, bien financiado y de importancia regional: una política sub-imperialista que combina extracción económica, construcción de alianzas autoritarias y contrarrevolución, bajo el pretexto de una diplomacia sofisticada y de alianzas internacionales. Sudán, lamentablemente, es uno de sus principales laboratorios.
De la Primavera Árabe a la Revolución de Diciembre: una amenaza para el orden emiratí

Las raíces del papel destructor de los Emiratos Árabes Unidos [EAU] en Sudán se remontan a más de una década. En 2011, los EAU (junto con Arabia Saudita) percibieron la Primavera Árabe como una amenaza existencial para los regímenes autoritarios de la región y para su propio modelo de gobierno: una monarquía rentista basada en la coerción, la corrupción y la represión de la disidencia. La caída de Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto, y el auge de los movimientos democráticos en Libia, Yemen y Bharein, fueron, para los líderes de los Emiratos Árabes Unidos, los presagios de una tormenta que debía ser contenida a toda costa.

Los Emiratos se convirtieron entonces en una fuerza no simplemente reaccionaria, sino activamente contrarrevolucionaria. En Egipto, financiaron el golpe de Estado que llevó al poder a Abdel Fattah al-Sisi y ayudaron a reconstruir el aparato represivo egipcio. En Libia, apoyaron la guerra de Khalifa Haftar contra el gobierno reconocido internacionalmente, una guerra que condujo a una división de facto del país. Y en Sudán, los Emiratos forjaron estrechos vínculos con el régimen de Omar al-Bashir y, en los años siguientes, fortalecieron su alianza con las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Este grupo paramilitar, las FAR, es el sucesor de las milicias Janjawids que, en nombre del régimen de Omar al-Bashir, cometieron atrocidades contra civiles y rebeldes durante la década de 2000.

La revolución popular sudanesa de diciembre de 2018, que condujo al derrocamiento de Omar al-Bashir en abril de 2019, desafió directamente el proyecto regional de los EAU. La revolución fue democrática, liderada por civiles y se opuso explícitamente al ejército. Los EAU se enfrentaron a un dilema: ¿cómo mantener su influencia en Sudán sin mostrarse abiertamente hostiles a la revolución?

Se encontró una solución elaborada: mediante la cooptación, la división y la inversión militar a largo plazo, particularmente en las FAR.

El ascenso de las FAR: un instrumento de influencia sub-imperialista
Las Fuerzas de Apoyo Rápido, bajo el mando de Mohamed Hamdan Daglo, conocido como “Hemedti”, se convirtieron en el aliado perfecto de los EAU. En abril de 2019, Hemedti (junto con la cúpula del ejército y los servicios de seguridad) organizó la destitución de Omar al-Bashir, temiendo que el régimen se derrumbara ante la revolución. Abdel Fattah al-Burhan y Hemedti asumieron la dirección del Consejo Militar de Transición y posteriormente se convirtieron en los líderes militares del gobierno de transición que gobernaría el país durante 39 meses.

Pero la relación de las FAR con los Emiratos Árabes Unidos se remonta mucho más atrás. En 2015, el régimen de al-Bashir envió combatientes de las FAR y del ejército sudanés a participar, bajo el mando emiratí, en la guerra liderada por Arabia Saudí en Yemen. A cambio, Hemedti recibió armas, apoyo logístico y asistencia diplomática. Un intercambio que combina la subcontratación militar y la legitimidad política. Hemedti cuenta con dos activos clave. Primero, su capacidad para la violencia: representa una fuerza dispuesta a reprimir la disidencia, librar guerras y eliminar a sus competidores. Segundo, su acceso económico, en particular al lucrativo comercio del oro, que las FAR controlan cada vez más.

Entre 2013 y 2023, las FAR reforzaron su control sobre la minería de oro en Sudán, especialmente en Darfur y otras regiones periféricas del país. Gran parte de este oro se dirigía en contrabando a los Emiratos Árabes Unidos, que se convirtieron en el principal destino del oro procedente del conflicto sudanés. Este oro socavó el poder civil, financió a las milicias y fortaleció a los señores de la guerra.

El golpe de Estado de octubre de 2021, encubierto por los Emiratos
Cuando las Fuerzas Armadas Sudanesas (lideradas por Abdel Fattah al-Burhan) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (lideradas por Hemedti) dieron un golpe de Estado el 25 de octubre de 2021, la transición democrática en Sudán concluyó oficialmente. Los Emiratos no condenaron el hecho; recurrieron a la diplomacia.

En sus declaraciones públicas, Abu Dabi insta a la moderación y al diálogo. Entre bastidores, los Emiratos mantienen sus vínculos con al-Burhan y Hemedti, jugando con ambos bandos y preservando su influencia. Sin embargo, las FAR siguen siendo el principal instrumento de los Emiratos, y sus vínculos económicos, en particular a través del oro, se están estrechando aún más.

Cuando estalló la guerra civil en abril de 2023 entre las Fuerzas Armadas Sudanesas y las FAR, no sorprendió que las tropas de Hemedti estuvieran notablemente bien equipadas, coordinadas y fueran resilientes. El éxito de las FAR en la captura de grandes áreas de Jartum y otras zonas del centro y sur de Sudán, el saqueo de infraestructuras y el control de Darfur se debió en gran medida al apoyo externo que habían recibido en los años anteriores y, especialmente, desde el comienzo de la guerra.

El sub-imperialismo emiratí en África: puertos, oro y milicias armadas
Sudán no es el único escenario donde los Emiratos han ejercido su influencia a través de medios militares, económicos y políticos. En los últimos quince años, los Emiratos han expandido su presencia económica en África mediante inversiones en puertos, aeropuertos y proyectos de infraestructura. Estas iniciativas no solo responden a intereses económicos, sino que también sirven para expandir la influencia del país. Los Emiratos han firmado importantes acuerdos de cooperación militar y realizado importantes inversiones en tierras agrícolas, energías renovables, minería y telecomunicaciones, lo que los convierte en un actor clave en la geopolítica regional.

Los Emiratos, un país periférico que adopta un comportamiento imperialista dentro de su región mientras sigue dependiendo de Estados Unidos (es decir, una potencia imperialista líder), ilustra la transformación actual de muchas potencias regionales en estados sub-imperialistas.

Los Emiratos buscan desarrollar una influencia sin reglas y un poder irresponsable. La fragmentación y la debilidad de las instituciones en países como Sudán, Libia y Yemen, junto con la indiferencia internacional ante su difícil situación, propician la injerencia emiratí.

En Sudán, esta estrategia ha adoptado un cariz particularmente violento, debido tanto a la importancia de lo que está en juego (oro, posición geopolítica, influencia política sobre uno de los países más grandes de África) y de la revolución sudanesa, cuyo futuro estaba lleno de incertidumbre. Las FAR, con su actitud de ejército privado que ejercía prerrogativas estatales, eran un socio ideal para los Emiratos.

La guerra de 2023: un baño de sangre indirecto del que los Emiratos se exoneran
En 2023, a medida que se intensificaba la guerra entre las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) y el ejército sudanés, las FAR pudieron aprovechar las reservas de suministros, las cadenas de suministro y los refugios seguros en la región. Todo ello característico de un apoyo externo. El papel de los EAU en la guerra ha sido destacado repetidamente por organizaciones de derechos humanos, periodistas y activistas sudaneses. Sin embargo, ningún funcionario emiratí ha sido sancionado. No se ha ejercido presión sobre Abu Dabi para que detenga las transferencias de oro o de armas.

En cambio, las instituciones internacionales, incluido el Consejo de Seguridad de la ONU, han permanecido paralizadas, alegando el estancamiento geopolítico y la falta de claridad como justificación. Y son los civiles sudaneses quienes han pagado el precio.

Las conversaciones y conferencias de paz en Yeda, Adís Abeba, El Cairo, Bahrein, Ginebra y Londres han fracasado. Estas iniciativas a menudo han excluido las voces civiles, al tiempo que brindaban a las facciones militares la oportunidad de mejorar su imagen. Las RSF han continuado seguir legitimadas por los medios de comunicación internacionales, mientras que sus crímenes de guerra han sido minimizados o encubiertos.

De la revolución a la guerra: la lucha de las sudanesas y sudaneses contra el sub-imperialismo
Considerar la actual guerra civil únicamente como un enfrentamiento entre dos generales ignora la lucha que el pueblo sudanés ha librado durante décadas contra los gobiernos militares y la explotación extranjera, y contra el sistema internacional que los hace posibles.

Cuando el pueblo sudanés se alzó en diciembre de 2018, sus demandas no se limitaron a la renovación del liderazgo. Exigieron una transformación completa del Estado: libertad, paz, justicia social, gobierno civil y rendición de cuentas de los líderes. El lema “libertad, paz y justicia” no era retórico: su alcance era revolucionario, y el gobierno respondió con disparos, arrestos, masacres y traición.

Los comités de resistencia, los grupos de mujeres, los sindicatos y las asociaciones profesionales continuaron su labor activista durante el período de transición e incluso después del golpe de Estado de octubre de 2021. Estas organizaciones se negaron a aceptar la autoridad militar, rechazaron los acuerdos de normalización que se les pretendía imponer desde el exterior y mantuvieron la idea de que la democracia debe surgir del pueblo, no de cumbres internacionales ni de facciones armadas. Su visión se expresó en documentos de referencia, como cartas y comunicados de prensa, así como en eslóganes ingeniosamente compuestos que corearon durante las protestas pacíficas.

Esta resistencia desde abajo representaba una amenaza tanto para las élites sudanesas como para potencias regionales como los Emiratos, que prefieren un Sudán sumiso que exporte oro y mercenarios, en lugar de ideas y revoluciones. El modelo egipcio de gobierno militar, apoyado por el dinero del Golfo y la tolerancia occidental, se había convertido en una de las principales respuestas contrarrevolucionarias a la Primavera Árabe de 2010-2011. Por lo tanto, el objetivo era replicar este modelo egipcio en Sudán, pero la juventud sudanesa se opuso firmemente.

Más que un simple conflicto entre las FAR y las Fuerzas Armadas Sudanesas, la guerra en curso es, en muchos sentidos, una guerra contrarrevolucionaria contra el pueblo sudanés. Ambos bandos han atacado a la población civil, han obstruido la ayuda humanitaria y han intentado instrumentalizar a la sociedad civil, y ambos han contado con la protección (directa o indirecta) de actores internacionales que no desean que las cosas cambien.

Desenmascarar el papel de los Emiratos: oro, armas y geopolítica
A estas alturas, la evidencia es clara: se trafica oro a Dubái desde zonas controladas tanto por las Fuerzas de Apoyo Rápido como por el ejército sudanés, lo que alimenta redes ilegales y financia el conflicto. Los envíos de armas, que pasan por Libia, Chad, Uganda, la República Centroafricana y Kenia, entre otros, demuestran una cadena de suministro continua y deliberada que alimenta a las tropas de Hemedti. Los Emiratos también han permitido la evacuación de soldados de las FAR a sus hospitales. Al mismo tiempo, han llevado a cabo campañas diplomáticas, políticas y de comunicación destinadas a presentar a las FAR como un actor político legítimo y a apoyar las iniciativas de su gobierno paralelo.

Esto no es una complicidad pasiva, sino una intervención sub-imperialista activa. Los Emiratos no son un Estado neutral del Golfo que busca la paz. Son un actor en el conflicto y operan a través de un intermediario, las FAR, aunque siguen negando su participación.

Estados Unidos, Gran Bretaña y la comunidad internacional son cómplices por su silencio
A pesar de la abundante evidencia de que los Emiratos Árabes Unidos apoyan a las FAR y han socavado la transición democrática, la respuesta internacional ha sido débil, por no decir cómplice. Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea y muchos países europeos han pedido ceses del fuego y la protección de la población civil, pero ninguno ha impuesto sanciones contra quienes se lucran con la guerra o trafican con oro, ya sean emiratíes o extranjeros.

¿Porqué eso?

La respuesta reside en la realpolitik y la condena selectiva. Los Emiratos son un socio estratégico de Occidente. Compran armas, colaboran ampliamente con el régimen genocida israelí, son intermediarios Intermediarios Una sociedad de intermediación es una empresa o una persona física que sirve de intermediario en una operación, financiera por norma general, entre dos partes. de inteligencia y un importante centro financiero. Han albergado bases militares estadounidenses, participado en operaciones antiterroristas e invertido considerablemente en las economías occidentales. En resumen, son demasiado útiles como para ser sancionados.

En los últimos meses del gobierno de Biden, algunos legisladores estadounidenses lideraron una batalla para detener la venta de armas a los Emiratos Árabes Unidos, ante la creciente evidencia de que Abu Dabi, a pesar de sus negativas, estaba armando a las FAR. La Casa Blanca inicialmente acordó revisar el cumplimiento de las obligaciones de los Emiratos Árabes Unidos, pero un informe de enero de 2025 confirmó el continuo apoyo emiratí a las FAR. Por lo tanto, estos legisladores reintrodujeron el proyecto de ley “Defendamos a Sudán”, que proponía prohibir las exportaciones de armas estadounidenses a los Emiratos Árabes Unidos mientras apoyaran materialmente a las FAR, argumentando que la influencia estadounidense debía utilizarse para detener la guerra y el genocidio en curso.

El 5 de mayo, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) desestimó la demanda de Sudán, que acusaba a los Emiratos Árabes Unidos de violar la Convención de Ginebra sobre el Genocidio y financiar a las FAR. Dado que los Emiratos Árabes Unidos, al firmar la convención, habían formulado una reserva respecto a la jurisdicción de la corte, la CIJ dictaminó que carecía de jurisdicción y, por lo tanto, no consideró las acusaciones de Sudán.

El 22 de mayo, el Departamento de Estado de EE. UU ha acusado a las Fuerzas Armadas Sudanesas de utilizar armas químicas en su guerra contra las FAR y anunciado nuevas sanciones, que incluyen restricciones a la exportación y medidas financieras. Sin embargo, el gobierno estadounidense no ha presentado pruebas públicas de estas acusaciones y ha incumplido los procedimientos de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (organización de la que Sudán es miembro e incluso forma parte de su consejo ejecutivo).

Esta acusación parece ser el ejemplo más reciente de cómo la política exterior de Trump en su segundo mandato se está volviendo explícitamente transaccional y corrupta. El anuncio se produjo tras una visita a Arabia Saudita, Catar y los Emiratos Árabes Unidos, durante la cual Trump buscó cerrar acuerdos de inversión para Estados Unidos, pero también, según se informa, ha tratado de promover sus propios intereses económicos y los de su familia en la región. Muchos especialistas han argumentado durante mucho tiempo que la guerra en Sudán se ha convertido en un conflicto por procuración, con los Emiratos Árabes Unidos supuestamente apoyando a las FAR por un lado y Arabia Saudita apoyando a las Fuerzas Armadas Sudanesas por el otro. Y a medida que la atención y la presión internacionales resaltan cada vez más el papel de los Emiratos Árabes Unidos en la guerra y el genocidio en curso, parece que la administración Trump está utilizando estas acusaciones contra el ejército sudanés como una distracción y una forma de contrarrestar el debate público. De esta manera, el régimen trumpista espera mantener la misma distancia con el dúo formado por los Emiratos Árabes Unidos/FAR y Arabia Saudita/ejército sudanés.

Los paralelismos con acontecimientos pasados ​​son inevitables, en particular el atentado con bomba perpetrado por la administración Clinton en 1998 contra la fábrica farmacéutica Al-Shifa en Sudán, en medio del escándalo Lewinsky. Estados Unidos había afirmado que la planta producía armas químicas y estaba vinculada a Osama bin Laden, pero las investigaciones posteriores aportaron pocas pruebas, y muchos expertos concluyeron que la fábrica era civil. Esto también recuerda la invasión de Irak en 2003, que supuestamente contenía armas de destrucción masiva. Estas afirmaciones resultaron ser puras invenciones.

Lo anterior no debe interpretarse como un intento de absolver al ejército sudanés de los crímenes de guerra cometidos contra la población civil durante este conflicto ni a lo largo de su historia. Más bien, pretende destacar los planes de la administración Trump para fortalecer sus vínculos con los países del Golfo modificando los términos del debate, sin lograr poner fin a la guerra.

Los civiles sudaneses y sudanesas pagan el precio del silencio
Las consecuencias del silencio internacional no son teóricas; son brutalmente reales. Las muertes se cuentan por cientos de miles. Los desplazados se cuentan por millones, muchos de los cuales deben vivir en campamentos precarios al otro lado de las fronteras o en ciudades asediadas. La infraestructura del país, incluyendo universidades, hospitales e instituciones culturales, ha sido sistemáticamente destruida en lo que constituye una guerra deliberada contra la sociedad sudanesa. Los testimonios indican la magnitud de la violencia sexual que se está cometiendo y demuestran que uno de los métodos de guerra de las FAR es atacar a mujeres y niñas.

Sin embargo, la resistencia sudanesa no ha desaparecido. Se ha adaptado, se ha descentralizado y ha reconectado con sus aliados internacionales. Los sudaneses y las sudanesas de a pie, tanto dentro como fuera del país, brindan valiosa ayuda humanitaria y atienden las necesidades sanitarias y educativas. Realizan labores de activismo, documentan los hechos y exigen justicia. Necesitan solidaridad más que caridad; sanciones contra los perpetradores más que expresiones de compasión.

Lo que hay que hacer: pasar a la acción
Para detener la guerra en Sudán y prevenir nuevas guerras, debemos actuar tanto contra los actores locales como contra quienes los respaldan internacionalmente. Esto incluye sancionar a todas las entidades extranjeras que financian y arman a las FAR, incluyendo a empresas e individuos involucrados en los Emiratos Árabes Unidos. También debemos exponer e interrumpir el tráfico de oro, en particular de sus sus rutas a través de Dubái y sus vínculos con la financiación de las FAR. Debe investigarse el papel de los EAU en el suministro de armas y deben establecerse mecanismos internacionales para bloquear esta cadena de suministro. Igualmente importante es el apoyo a las iniciativas civiles sudanesas, como las instalaciones médicas de emergencia, los comités de resistencia, los corredores humanitarios, la documentación de las víctimas de delitos y los medios de comunicación independientes. Finalmente, debemos desafiar la lógica política de la alianza entre el Golfo y Occidente, que trata a los EAU y Arabia Saudita como socios intocables: las alianzas estratégicas no deben comprarse con vidas humanas.

Lo que está en juego no se limita a Sudán. Refleja la visión del mundo que desean y propagan los tiranos: un mundo donde el autoritarismo se externaliza y el imperialismo tiene un rostro regional. Si el sub-imperialismo triunfa en Sudán, se extenderá a África, Oriente Medio y más allá.

Otro futuro sigue siendo posible. Los movimientos revolucionarios en Sudán, con su exigencia inquebrantable de un gobierno civil y de justicia social, representan una alternativa poderosa, basada en la legitimidad popular, los principios democráticos y la solidaridad transnacional. Lograr este futuro requerirá más que declaraciones de apoyo a los actores civiles sudaneses. Debemos abordar críticamente los sistemas políticos y económicos internacionales que alimentan el autoritarismo y la injerencia extranjera. Cualquier esfuerzo en esta dirección debe partir de una comprensión clara de estas realidades y por un firme compromiso con la justicia, un compromiso que se resista a ser distorsionado por intereses estratégicos o afiliaciones geopolíticas.

Fuente: vientosur.info, extraída de Inprecor

Traducción: viento sur


Husam Mahjoub

es cofundador de Sudan Bukra, un canal de televisión independiente sin fines de lucro visto por millones de sudaneses. Escribe sobre política, derechos humanos, economía, cultura y asuntos internacionales.

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