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Grecia como ejemplo de fracaso
por Carlos Gómez Gil
13 de febrero de 2017

Hace tiempo que solo sabemos de Grecia por los refugiados llegados a sus costas y alojados en sus improvisados campamentos. Sin embargo, el país heleno sigue inmerso en un proceso de paulatina descomposición económica, social y política, tras seis años de rescates desastrosos que han ahogado cada vez más a sus desesperados habitantes que viven el presente sin futuro alguno en medio de un Estado depauperado y consumido por la austeridad.

El economista norteamericano William Easterly habla de políticas económicas autodestructivas para referirse a las recetas económicas recesivas que se vienen aplicando con la excusa de la crisis por los llamados economistas del fracaso. Y Grecia es posiblemente el paradigma mundial de todo ello a la luz de unos datos desoladores. Los planes de “rescate” aplicados al país en los últimos años han generado la destrucción del 25% del PIB junto a una tasa de paro de las mayores del mundo, que alcanza el 26% y representa el 55% para los jóvenes. Al mismo tiempo, han cerrado el 32% de las empresas, causando más de un millón de despidos, con una reducción salarial media del 40%, que en el caso de las pensiones han descendido un 45% de media, sin olvidar la emigración de más de 600.000 jóvenes que en su mayor parte eran altamente cualificados. Por si todo ello fuera poco, la mortalidad infantil ha subido un 42%, mientras una tercera parte de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y más de un millón de personas comen diariamente gracias a los comedores populares y la caridad. Otros muchos indicadores demuestran que el país ha retrocedido a condiciones similares a las vividas tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en el campo sanitario, con un aumento de suicidios relacionados directamente por la crisis que está siendo estudiado y que desde hace seis años se cifra en dos personas al día.

Este es el retrato de un país que vive un sufrimiento extremo, aunque podría decirse que todos estos sacrificios se justificarían, como habitualmente se escucha, si la deuda se hubiera reducido como anunciaban los diferentes “rescates” aplicados. Sin embargo, cuando comenzaron los rescates la deuda pública griega se situaba en el 120% del PIB y en estos momentos, tras haber dedicado más de 460.000 millones de euros para su amortización y reestructuración, ésta supera el 180% del PIB, ahuyentando las inversiones y la llegada de capitales.

Pero si el horizonte económico es devastador, el político no es más optimista. Los primeros años de políticas de ajustes salvajes y rescates endiablados incendiaron las calles, llevándose por delante a los dos grandes partidos griegos, Nueva Democracia y el Pasok, dóciles ejecutores de las exigencias de la Troika, llevando al Gobierno a una radical Syriza, que en poco tiempo ha demostrado ser un amortiguador del malestar social para acabar también por asumir dócilmente y sin rechistar el tercer memorándum de rescate que contiene medidas mucho más duras que las aprobadas por sus gobiernos predecesores, con algunas de las exigencias más insólitas aplicadas nunca en un plan de rescate, como la realización de un gigantesco plan de venta de activos públicos que se destinará en su totalidad a la amortización de la deuda, bajo la dirección de un fondo privado llamado Institucion for Growth, con sede en Luxemburgo, bajo la dirección del KfW alemán (Banco de Crédito para la Reconstrucción), cuyo presidente es el correoso ministro de Finanzas alemán, Wolfang Schäuble, y la intermediación del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad). No cabe mayor humillación a un país soberano, convertido así en una moderna colonia bajo el dominio de la Troika.

En medio de este escenario terrorífico, el FMI viene insistiendo en los últimos meses en la insostenibilidad de la deuda griega y en la necesidad de realizar quitas que la alivien, asegurando que así se podrá hacer frente a su amortización futura. Claro que el FMI es responsable en gran medida de la situación de Grecia, entre otras cosas al proporcionar abundante financiación a intereses muy elevados que se acercan al 4% frente al 1% de promedio que aplica Europa. Además, los préstamos del FMI tienen la consideración de “status de súper sénior”, lo que significa que sus créditos deben de ser pagados en primer lugar, sea cual sea la situación del país. Hasta tal punto que en estos momentos el FMI obtiene enormes ganancias de un país depauperado como Grecia por el cobro de los intereses aplicados a sus créditos, cifrándose en más de 800 millones solo en el año 2014, el equivalente a todo el coste de funcionamiento de esta institución, un auténtico escándalo.

Grecia no tiene esperanza ni futuro en estas condiciones, lo que convierte a este país en el mejor ejemplo de unas políticas de austeridad fracasadas.


Carlos Gómez Gil

es Doctor en Sociología, profesor de la Universidad de Alicante, donde imparte clases en el Máster Interuniversitario en Cooperación al Desarrollo. Investigador asociado de la Universidad Internacional Tierra Ciudadana (UITC) de París, adscrita en España a la Cátedra Tierra Ciudadana de la UPC y de RIOS (Red de Investigadores y Observatorio de la Solidaridad).
www.carlosgomezgil.com