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Tras el árbol de la «esclavitud»: sobre la condición infligida a la inmigración en Libia y el Magreb
por Ali Bensaad
11 de diciembre de 2017

La emoción suscitada por los abyectos crímenes revelados por la CNN no debe ocultar un fenómeno bastante más amplio y antiguo: el de centenares de miles de personas migrantes africanas que viven y trabajan desde hace decenios, en Libia y en el Magreb, en condiciones extremas de explotación y de menoscabo a su dignidad.

El shock creado por la difusión del vídeo de la CNN sobre la «venta» de migrantes en Libia no debe perderse en manifestaciones de indignación. Y es preciso que los crímenes revelados no oculten una desgracia aún más amplia, la de centenares de miles de personas migrantes africanas que viven y trabajan desde hace decenios, en Libia y en el Magreb, en condiciones extremas de explotación y de menoscabo a su dignidad. Por otra parte, estos verdaderos crímenes contra la humanidad, no son, desgraciadamente, específicos de Libia. Como ejemplo, los beduinos egipcios o israelíes -supletivos securitarios de sus ejércitos- han precedido a las milicias libias en estas prácticas que siguen practicando y que han sido muy documentadas.

Estos crímenes contra la humanidad, debido a su carácter particularmente abyecto, merecen ser calificados con precisión. Hay que preguntarse si el calificativo de «esclavismo», más allá del justo oprobio con el que hay que rodear estas prácticas, es el más científicamente apropiado para comprender y combatir estas prácticas tanto más en la medida en que la esclavitud ha sido una realidad que ha estructurado durante un milenio la relación entre el Magreb y el África subsahariana. Sigue presente el no-dicho de los inconscientes culturales de las sociedades de una parte y otra del Sahara, una especie de «bomba de relojería». «Mal nombrar un objeto, es hacer crecer las desgracias de este mundo» decía Camus. Y Libia es un condensado de las desgracias del mundo de las migraciones. Hay por tanto que comprenderlas más allá del atajo de la emoción.

En primer lugar, no son en absoluto el producto del contexto actual de caos del país, aunque éste las agrave. Desde hace decenios, investigadores y periodistas han documentado la difícil condición de las personas migrantes en Libia que, desde los años 60, hacen funcionar en lo esencial la economía de ese país rentista. Su número ha podido alcanzar en ciertos años hasta un millón de personas para una población que podía entonces contar a penas con cinco millones de habitantes. Esto muestra su importancia en el paisaje económico y social de este país. Pero lejos de favorecer su integración, la importancia de su número ha sido conjurada mediante una precarización sistemática y violenta como ilustran las expulsiones masivas y violentas de migrantes que han jalonado la historia del país, en particular en 1979, 1981, 1985, 2000 y 2007. Expulsiones que servían a la vez para instalar esta inmigración en la reversibilidad pero también para penalizar o gratificar a los países originarios para transformarlos en dependientes. Quizás obligados, los dirigentes africanos entonces permanecían sordos a las interpelaciones de sus personas migrantes para no contrariar la generosidad del «guía» del que eran fieles clientes. Se callarán igualmente cuando, en 2000, Moussa Koussa, el antiguo responsable de los servicios secretos libios, hoy lujosamente establecido en Londres, organizó un verdadero pogrom en el que perecieron 500 migrantes africanos asesinados en «disturbios populares» instrumentalizados. Su objetivo era cínicamente hacer avalar, de rebote, la nueva orientación del régimen favorable a la normalización y la apertura a Europa, atizando con este fin un sentimiento antiafricano para desestabilizar a la parte de la vieja guardia que era reacia a ello. Esta normalización, hecha en parte sobre cadáveres de personas migrantes africanas, se saldará con la entronización de Gadafi como guardián de las fronteras europeas. Las personas migrantes interceptadas y las que Italia devuelve, en violación de las leyes europeas, son encarceladas, a veces en los mismo lugares que hoy, y sometidas al mismo trato degradante.

En 2006, no eran 260 migrantes marroquíes quienes se pudrían como hoy en las cárceles libias, los que han aparecido en el vídeo que ha emocionado a la opinión pública, sino 3000 y en condiciones igualmente inhumanas. Gadafi firmó todas las convenciones que los europeos quisieron, sabiendo que no iba a aplicarlas. Pero cuando el HCR intentó hablar con el poder libio sobre el tema de la Convención de Ginebra sobre las personas refugiadas, Gadafi cerró las oficinas del HCR y expulsó, humillándoles, a sus dirigentes el 9 de junio de 2010. [1] El mismo día, comenzaba una nueva ronda de las negociaciones con vistas a un acuerdo de asociación entre Libia y la Unión Europea y el día siguiente, 10 de junio, Gadafi era recibido en Italia. Un año más tarde, precisamente cuando el CNT no había establecido aún su autoridad sobre el país y Gadafi y sus tropas continuaban resistiendo el CNT se vió obligado a firmar con Italia un acuerdo sobre las migraciones con un aspecto sobre la readmisión de las personas migrantes que transitaban por su territorio. Ayer, como hoy, las autoridades libias llevaban a cabo una política de represión y de retención de personas migrantes por demanda expresa y explícita de la Unión Europea. Y ¿se puede ignorar que hoy tratar con los poderes libios, en particular sobre los temas de seguridad, es tratar de hecho con milicias de las que dependen esos poderes para su propia seguridad? ¿Hay que extrañarse después de esto de ver a milicias gestionar centros de retención demandados por la UE?

Cuando hay grandes dificultades para que emerja una autoridad central en Libia, los países occidentales no han dejado de multiplicar las exigencias a frágiles centros de un poder balbuciente para hacerles tomar a su cargo su protección contra las migraciones y el terrorismo aún a riesgo de hacerles más frágiles, como ha mostrado el ejemplo de las milicias de Misrata. Actor importante de la reconciliación y de la lucha contra los extremistas, éstas han sido empujadas, en Sirte, a combatir contra el Estado Islámico prácticamente solas. Han salido del enfrentamiento agotadas, corroídas por las dudas y debilitadas frente a sus propios extremistas. Las extorsiones, los secuestros y los trabajos forzados para quienes no puedan pagar, caen también sobre la gente libia, en particular sobre quienes pertenecen al campo de los vencidos, detenidos en lo que en Libia se llaman «prisiones clandestinas». Personas libias, pero más a menudo migrantes que no pueden pagar, son obligadas a trabajos forzosos para las propias necesidades de las milicias siendo «alquiladas» puntualmente durante el tiempo de una cautividad, que dura de algunas semanas a algunos meses, por cantidades ridículas.

En el video de la CNN, las sumas evocadas, alrededor de 400 dinares libios, son equivocadamente traducidos por los periodistas, según la tasa oficial ficticia, por 400 dólares. En realidad, en el mercado real, el valor es diez veces inferior, valiendo un dólar diez dinares libios y un euro, doce. Hacer transitar a una persona, incluso solo por la porción sahariana del territorio, produce 15 veces más (500 euros) a los traficantes y milicianos. Solo por defecto las milicias se pasan a la explotación, durante un tiempo, de migrantes sin dinero pero por otra parte engorrosos.

La escena grabada por la CNN es abyecta y remite al crimen contra la humanidad. Pero se trata de transacciones sobre trabajos forzosos. No se trata de venta de hombres. No es relativizar o disminuir lo que es un verdadero crimen contra la humanidad; hay que calificar los temas con precisión. Se trata de prácticas criminales de guerra y de bandidismo que explotan las fallas en las políticas migratorias globales. No asistimos a un resurgimiento de la esclavitud. No hay que minusvalorar la indignación y la vigilancia recurriendo rápidamente a las categorías históricas que movilizan la emoción. Ésta siempre acaba diluyéndose. Y mientras aumenta el debate sobre «la esclavitud», la misma semana, centenares de personas «libres» han muerto ahogadas, en el Mediterráneo, añadiéndose a las decenas de miles que les habían precedido.

Ali Bensaâd es profesor en el Instituto Francés de Geopolítica, Universidad de Paris-VIII.

30/11/2017

Libération, http://www.liberation.fr/debats/2017/11/30/libye-derriere-l-arbre-de-l-esclavage_1613662

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur


Fuente: vientosur

Notas :

[1Personas inmigrantes africanas «que viven en el miedo permanente» de agresión racista o de detención arbitraria, sin papeles «detenidos indefinidamente en centros superpoblados», demandantes de asilo entregados a los países que les persiguen, expulsiones al margen de cualquier procedimiento... La Unión Europea, a cambio de la ayuda libia para devolver a las personas migrantes, ha «cerrado los ojos sobre el terrible balance en materia de derechos humanos», según constata el informe de Amnistía Internacional. Le Monde, 23/06/2010. Sobre este tema se puede consultar el interesante artículo de Santiago Alba Rico «Libia, esclavitud africana, normalidad europea» en https://elsaltodiario.com/fronteras/libia-esclavitud-africana-normalidad-europea ndt

Ali Bensaad

Professeur à l’Institut Français de Géopolitique, Paris 8. Auteur notamment de Le Maghreb à l’épreuve des migrations subsahariennes, Paris, Karthala 2009 ; La Libye révolutionnaire, Paris, Karthala, mars 2012.