El pasado 26 de mayo, después que se dieran a conocer los primeros resultados tras el cierre de los colegios electorales en Italia, Matteo Salvini, presidente del partido de extrema derecha la Lega, dio una rueda de prensa especialmente significativa. Apareció ante las cámaras empuñando un pequeño crucifijo de metal y, felicitándose del resultado que su partido obtuvo en las elecciones europeas, señaló que con el resultado en Francia y en el Reino Unido es un momento de cambio en Europa. Atacando a la izquierda, a las élites y al mundo financiero, insistió en que frente a quien pusiese en duda las raíces judeo-cristianas de Europa, la Lega iba a demostrar “mediante nuestro trabajo, la fe que tenemos en una Europa diferente a la que nos tienen preparados los burócratas y banqueros” [1].
¿Qué ha ocurrido para que en sus 40 años de historia estas elecciones hayan sido calificadas como las “más importantes de la historia de la UE” [2]? Las declaraciones de Salvini son buena parte de la razón por la cual estas elecciones tuvieron una especial relevancia. En este texto hablaremos de cómo, más allá de sorpresas, estos comicios lo que han hecho es confirmar tendencias que llevábamos observando estos últimos años en los diferentes países miembros.
El Parlamento Europeo refuerza la mayoría conservadora
Comencemos por los resultados. De las transformaciones en la composición de la Eurocámara observamos lo siguiente: primero, los resultados confirman el declive del bipartidismo tradicional, afectando especialmente a los dos grandes grupos parlamentarios (Partido Popular Europeo y Socialistas y demócratas). Basándonos en los grupos parlamentarios existentes durante la pasada legislatura, el PPE se queda en el 23,8% (29,4% en las anteriores) y S&D pasa al 20,4% (25,4%) y pierden peso, mientras que ALDE sube al 14% (11,4%). Notemos que mientras PPE y S&D pierden el monopolio de la gobernabilidad quedándose por debajo del 50%, la suma con el grupo liberal sí que permite constituir una mayoría. Esta nueva composición a tres actores en la Gran Coalición refleja la evolución que se ha producido en países como Francia o el Estado español, donde precisamente nuevos actores han emergido al rescate de los regímenes de gobernabilidad. Los resultados otorgan al grupo verde VERDES/EFA la cuarta posición con 9,2% (6,7%) del peso en el parlamento, mientras que el grupo ultraconservador ECR (Conservadores y reformistas) se quedaría en quinto lugar con 8,4% (9,4% en las anteriores). El grupo de extrema derecha Europa de las Naciones y la Libertad (ENL) y la Europa de la libertad y la democracia directa (EFDD) se sitúan respectivamente en el 7,7% y 7,2% (en las elecciones anteriores obtuvieron 5% y 6,4%). La situación podría cambiar para la extrema derecha si parte de los nuevos diputados electos, todavía no afiliados a ningún grupo, integran este grupo; lo que podría dar al grupo de extrema derecha la cuarta posición. La izquierda por su parte, cae del 6,9 al 5,1%, teniendo en su seno a Syriza como una de las fuerzas con mayor peso, que incluye en su lista a miembros de Griegos independientes y otras figuras distantes de la izquierda y que a día de hoy titubea si seguir formando parte del GUE/NGL o engrosar las filas del grupo socialdemócrata.
Recordemos que las elecciones de 2014 fueron un reflejo parcial de una UE atravesada por las tensiones ligadas a la gestión de la crisis económica y financiera que sacudió a Europa a partir de 2008. La gestión neoliberal de la crisis había tensado las relaciones entre los países de la UE, en particular entre los países del centro y los de la periferia sur con amagos contestatarios, y, de manera reactiva, con la periferia este. En consecuencia, la situación de la mayoría de la población europea en los países del centro, del sur y del este de la UE continuó precarizándose notablemente. El capital continuó atacando y desposeyendo a las y los de abajo de numerosos derechos y servicios públicos. Fue también el momento en el que se dio pie al refuerzo de lo que llamamos la Europa Fortaleza, frente a las miles de personas que por necesidad migraban hacia el continente europeo. La multiplicación de vallas, la externalización de fronteras y los diversos acuerdos de la vergüenza con terceros países desembocaron en la mayor crisis de refugio de la historia.
Ciertamente, el relato humanista, civilizatorio y de prosperidad sobre el que se ha construido la UE se alejaba a pasos agigantados de la práctica política de sus países miembros. Pero también fue este el momento del ascenso decisivo de Syriza en Grecia, y la creación de Podemos en el Estado español, en ambos casos tras fases de movilizaciones masivas en las calles. La victoria de Syriza a principios del años siguiente en las elecciones griegas hizo saltar todas las alarmas en el seno de las instituciones europeas y de las clases políticas de los países del centro de Europa. A pesar de la constante preocupación por mostrar moderación y voluntad de diálogo con respecto a la posición de la Troika por parte del ejecutivo de Tsipras, la respuesta de ésta última fue implacable, chantajeando al gobierno y obligándole a desoír el rechazo de la población griega al tercer memorando expresado en el referéndum del 7 de julio de 2015.
Tras las pasadas elecciones, el Parlamento Europeo recoge el fuerte giro a la derecha del panorama político europeo que ya veníamos constatando en los últimos años en las diferentes elecciones nacionales: la suma de los porcentajes de los grupos conservadores volverá a ser mayoritaria. Sin embargo, la composición del ala conservadora se ha radicalizado notablemente. Cabe destacar el preocupante crecimiento del grupo ENL que ha aprovechado el éxito de la Lega de Matteo Salvini y del resultado de Reagrupamiento Nacional (antiguo Frente Nacional) en Francia. Si en el caso francés casi se revalidaron los resultados de 2014 (22% frente a 24,89% en 2014), en el caso italiano el ascenso de la Lega resulta espectacular. Obteniendo el 5% en 2014 y el 17% en las elecciones italianas del pasado año, han pasado a situarse como primer partido con 34,33%. De forma general, la extrema derecha se ha podido posicionar como principal fuerza de oposición en algunos países (como en Francia o Alemania), han podido incluso entrar en el gobierno (como en Austria hasta hace poco o Italia, además de Hungría y Polonia), y han hecho aparición en países donde hasta ahora no tenían una expresión autónoma (como en el Estado español). No siendo éste un fenómeno exclusivo al espacio político europeo, este ascenso ha sido alentado por la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil, y las actitudes bonapartistas y reaccionarias en Rusia, Turquía y Filipinas, entre otros. Así, si en el año 2014 el efecto de la pasokización [3] parecía actuar como un efecto dominó, afectando a los partidos socialistas en Europa por su desgaste en la gestión neoliberal de la crisis económica (partidos que habían sido una pata fundamental en la construcción de una UE basada en el bipartidismo), entramos ahora en una nueva etapa de la crisis de régimen con la consolidación de nuevas fuerzas políticas. Este cambio de ciclo se produce bajo una clave que recoge el repliegue reaccionario frente a las diferentes crisis que se han ido acumulando en el espacio de la UE.
El ascenso de la extrema derecha en un nuevo esquema de polarizaciones
La crisis de legitimidad que la UE atraviesa desde hace años está directamente relacionada con su propia forma autoritaria de gestionar la crisis económica. La máxima neoliberal del TINA (“no hay alternativa”), que pone al mercado y a sus lógicas en el centro, cierra por una parte la puerta a cualquier propuesta para la puesta en marcha de políticas alternativas, castigando o amenazando al que se opone (como fue el caso que citamos del Gobierno griego en 2015), mientras que por la otra alimenta el autoritarismo y represión por parte de los gobiernos europeos ante cualquier movimiento social (como es el caso del movimiento de los chalecos amarillos, durísimamente reprimido por el Gobierno francés).
La creciente convergencia entre el social-liberalismo con las fuerzas conservadoras ha llevado a un fenómeno de lo que algunos autores como Tariq Ali definen como la constitución del “extremo centro” [4]. Este “extremo centro” ha constituido el pivote para la gobernabilidad de la mayoría de los países europeos, así como el garante de la continuidad de una integración europea con el mercado como protagonista. Así, aun existiendo diferencias notables en la defensa de valores morales y en el enfoque con respecto a las libertades por parte de cada una de estas fuerzas de la alternancia, los programas económicos del bloque socialdemócrata han experimentado un acercamiento progresivo hasta llegar a una coincidencia en los aspectos fundamentales de esta política con el bloque conservador. Esta coincidencia en torno a un programa económico que favorece al gran capital contrastaba con las promesas que se habían formulado desde la corriente socialista de cara a una expansión de los derechos sociales ligada al proceso de integración europea.
Habiéndose difuminado progresivamente las diferencias de fondo en materia económica y social entre ambas corrientes de esta alternancia, el desencanto con respecto al proyecto europeo y a la posibilidad de una pluralidad de políticas en su seno fue creciendo. Al mismo tiempo, esta convergencia en las políticas económicas cultivó de forma progresiva un descrédito en el sistema de representación política que desembocó, por una parte, en una crisis de régimen en aquellos países más tocados por la crisis y, por la otra, en la citada crisis de los partidos social-liberales. Tomando como ejemplo el análisis que Bruno Amable y Stefano Palombarini [5] han efectuado sobre la evolución del espectro político francés, el proceso de construcción de la UE bajo el prisma neoliberal fue el desencadenante de la mutación de los partidos socialdemócratas que a partir de los años 80 se transformarían en partidos social-liberales, llegando a su paroxismo con la llamada tercera vía impulsada por Tony Blair en Inglaterra y Gerhard Schröder en Alemania. El modelo de gobernanza encarnado por las dos principales familias políticas a nivel europeo puso en el centro del debate a la construcción de la UE. En particular, tanto las fuerzas social-liberales como las conservadoras han establecido la cuestión de la construcción europea bajo un prisma binario entre eurófilos y eurófobos. El reduccionismo de estas categorías permite polarizar en torno a la necesidad de avanzar en el proceso de integración europea, relegando a las fuerzas tanto de izquierda como de extrema derecha que se oponían de algún modo al campo de los antieuropeístas.
Pero, para que esta transformación pudiese ser efectiva, queda claro que el antagonismo en torno a la cuestión social tenía que pasar a un segundo o tercer plano. El abandono e invisibilización sistemática de esta cuestión por parte de estas fuerzas son claves en la lectura de la crisis del social-liberalismo, que ha acabado afectando a todos los partidos socialistas exceptuando al portugués, el Labour británico y en última instancia al PSOE español. Dicho de otro modo, el proceso de convergencia entre las fuerzas social-liberales y aquellas más conservadoras está directamente relacionado con que las primeras dejasen de actuar como interlocutoras para la representación de la clase trabajadora. Las contradicciones sociales derivadas de un proceso de globalización desigual y que multiplica la precariedad fueron desviadas (especialmente por las fuerzas conservadoras) hacia chivos expiatorios como la inmigración o la nacionalidad, polarizando a su vez en torno a la cuestión de la identidad de las sociedades europeas. Ambos ejes de polarización tenían por objetivo desactivar lo más posible la crítica social a las crecientes desigualdades que generaba el neoliberalismo en Europa.
Esta estrategia conducía sin embargo a mermar el espacio que ocupaban los principales partidos de este bloque, como se ha constatado con el declive tanto de los socialistas como conservadores en una multitud de países de Europa central, como Alemania, Francia, Estado español o Italia. La dimisión de Andrea Nahles al frente del SPD (socialista) alemán después de los peores resultados de su historia (15%) o de Laurent Wauquiez al frente del partido conservador Les Républicains en Francia, son las dos últimas cabezas que se ha cobrado este proceso de crisis. Es en esta tesitura que los discursos antiestablishment que han sido adoptados progresivamente por las principales fuerzas de extrema derecha les ha permitido ocupar el vacío político dejado por el extremo centro. El resultado de las elecciones europeas de 2019 marca la afirmación de este nuevo clivaje, donde ya no se oponen políticas progresistas frente a políticas conservadoras, sino que desde los discursos dominantes se diferencia entre fuerzas europeístas frente a fuerzas euroescépticas. Enrico Letta, expresidente de Italia y actual presidente de la fundación Jacques Delors, insistió el lunes 27 de mayo en la radio francesa France Inter que el hecho significativo de las elecciones es que se había mantenido una mayoría pro-europea [6], valoración idéntica a la que también hizo el portavoz de la Comisión Europea Margaritis Schinas el 27 de mayo en la rueda de prensa de esta institución [7].
Que estas sean las coordenadas en las que se enmarcan la mayoría de debates políticos es una causa y también una consecuencia de las dificultades por parte de las fuerzas de izquierda de volver a poner el antagonismo social en el primer plano. Las movilizaciones sociales que se produjeron durante los años de la crisis como el movimiento 15-M y las mareas que seguirían, la ocupación de plazas en Grecia, las movilizaciones contra la austeridad en Portugal y en Italia, pusieron sobre la mesa los antagonismos sociales que la gestión neoliberal de la crisis estaba agudizando. Por su parte, la hipótesis basada en nuevos instrumentos de representación política que actuarían por la vía institucional como único medio para la aplicación de políticas transformadoras ha acabado mostrando francos límites. La falta de impulso de movilizaciones, y una estrategia de guerra de posiciones centrada únicamente en las instituciones y en el aparato estatal (a sabiendas que un sistema electoral en plena crisis de representación es altamente volátil), impulsando pocos espacios de contrapoder en la sociedad que pudiesen apuntalar este avance electoral, y sin mantener una política antagonista con respecto a los grandes ejes de la política de la austeridad promovida por la UE son algunas de las claves del fracaso de esta hipótesis. Más allá del caso griego (donde el Gobierno de Tsipras capituló frente a la Troika), las elecciones europeas han mostrado los límites de estas estrategias para otras formaciones como Podemos o la Francia Insumisa. En definitiva, la limitación de las estrategias al ámbito institucional ha dificultado seriamente que la cuestión social ganase centralidad en el debate político.
Crisis de gobernanza y representación política desde los márgenes
A la vista de los resultados de las elecciones, existe una tendencia hacia la convergencia en torno a dos grandes polos. Por una parte, el espacio del extremo centro tiende a ampliarse más allá de los dos partidos que lo han encarnado históricamente. En este sentido podemos explicar la emergencia del grupo liberal ALDE, que se presenta como un miembro de pleno derecho, como demuestra en las negociaciones sobre la próxima presidencia de la Comisión Europea, donde la candidata liberal se muestra con posibilidades. El siguiente gran reto de este bloque es el de la plena integración del partido verde sobre la base de federar un frente en torno a las posiciones europeístas. En los últimos años ya hemos constatado algunos precedentes de esta lógica. Por una parte, el partido verde alemán pasó de liderar una coalición con los socialistas del SPD en el Estado de Baden-Würtemberg para llegar a continuación a un acuerdo de gobierno con los conservadores del CDU. Más recientemente, el pasado mes de marzo, siendo preguntado por las posibles alianzas frente a la amenaza de crecimiento de las fuerzas euroescépticas, el candidato a las elecciones europeas por Europe-Ecologie Les Verts de Francia, Yannick Jadot, respondió que no vería ninguna oposición en acercarse a los grupos de ALDE y EPP, dando así por superado el clivaje izquierda-derecha. De hecho, uno de los principales objetivos de esta estrategia sería “atraer a los votantes desencantados de Emmanuel Macron”. Que Jadot preconciba la naturalidad de un trasvase de votos entre La République en Marche y el partido verde es síntoma de la expansión del espacio del extremo centro.
Por otra parte, el ascenso de este partido en países como Alemania o Francia está relacionado no sólo con el declive de los partidos socialistas (de los cuales se erigen como reemplazo natural) sino especialmente con las crecientes movilizaciones contra el cambio climático. Esta tensión ejercida desde abajo llevará a que el grupo verde se presente como un contrapunto frente a la derecha (siendo el mayor grupo progresista al margen del grupo socialista), articulando parte del descontento tanto a nivel climático como en otros ámbitos (como pueden ser los tratados de libre comercio, buscando atraer al movimiento feminista, etc). Junto al aguante relativo del grupo socialista, los verdes aspiran a formar un polo progresista (o neoliberal progresista en términos de Nancy Fraser), proponiendo la reconstrucción del régimen de la UE desde un enfoque más amable que el propuesto por los populares. Sin embargo, el punto crucial se encontrará precisamente en qué medidas defenderá concretamente para mitigar el calentamiento global. Si opta por seguir apostando por medidas centradas en el mercado, tarde o temprano no hará más que ahondar los clivajes sociales, ejerciendo una política que hará cargar esta transición ecológica a las poblaciones precarizadas. El ejemplo reciente más ilustrativo fue el del gobierno de Emmanuel Macron cuando planteó aumentar de forma drástica el impuesto al carburante y que provocó el inicio del movimiento de los chalecos amarillos. Si el grupo verde apuesta por el capitalismo verde, basado al fin y al cabo en lógicas productivistas, su integración en el extremo centro avanzará de forma acelerada. En suma, el ascenso de los verdes muestra también la existencia de dos espacios en este bloque que pivotan en torno al extremo centro y cuya vocación es la de restaurar la UE: un polo neoliberal autoritario y un polo neoliberal supuestamente progresista. Por su parte, la extrema derecha se encuentra repartida en hasta 4 grupos parlamentarios (PPE, ECR, EFDD y ENL). Esta división abre la puerta a una lucha por el liderazgo entre sus diferentes representantes (entre Salvini y Le Pen, pero también entre estos dos y Orbán y Kaczyński). A pesar de la división en el parlamento, la extrema derecha converge en temas fundamentales como la defensa de la identidad europea, la islamofobia y el rechazo a la inmigración. Otros temas presentes en buena parte de la extrema derecha son la defensa de modelos tradicionales de familia y el rechazo frontal de los movimientos feministas o el rechazo de los tratados de libre comercio.
Entre ambos polos se mantiene un discurso de disputa cuya vocación es la de elevar la oposición existente entre ellos a la categoría de antagonismo. Sin embargo, la práctica política entre ambos bloques es todo menos antagónica; en realidad se basa en una lógica de retroalimentación. En lo que respecta al propio proyecto de la UE, el crecimiento de estas fuerzas, su capacidad de marcar la agenda política de los países e incluso la posibilidad de entrar en gobiernos de algunos de ellos, como Italia o Austria, han hecho que su discurso ahora se haya moderado de una posición a favor de la salida de la UE a una de su reforma y regeneración.
Por otra parte, como señalábamos anteriormente, el carácter autoritario y a menudo antidemocrático de la aplicación de las medidas de austeridad refuerza un sentido común reaccionario. Un fenómeno que ocurre igualmente en materia de políticas de fronteras, donde la diferencia entre los discursos de la extrema derecha y la práctica de las autoridades de la UE y de los Estados miembros es cada vez menor (como demuestra que la dirigente de Alternativa por Alemania Alice Weidel pusiera como ejemplo al presidente español Pedro Sánchez tras la devolución en caliente de 116 migrantes en Ceuta en agosto de 2018), o con la mano dura con la que el gobierno de Macron ha respondido al movimiento de los chalecos amarillos, durante el cual han resultado heridas cientos de personas y al menos 23 han sufrido mutilaciones por pelotas de goma y granadas de dispersión.
Frente a las revueltas contra el sistema político y por el reparto de la riqueza a las que hemos asistido en estos últimos años, la respuesta de la extrema derecha resulta una fórmula reforzada y explícita de las lógicas de diferenciación entre el adentro y el afuera del sistema político y social propuestas por el neoliberalismo, afectando especialmente al acceso a derechos, servicios públicos y sociales. En definitiva, ambos bloques operan sobre la matriz discursiva del neoliberalismo basada en el mito de la escasez (a título de ejemplo, el fraude fiscal en Europa ascendería a un billón de euros anuales, equivalente al PIB español), permitiendo accionar el mecanismo de la división y la expulsión como herramienta política. Aquí tenemos que hacer un apunte: esta escasez planteada por la ideología dominante no tiene nada que ver con la escasez entendida como el límite ecológico a nuestra existencia, sino que se trata del relato que permite disimular simultáneamente la acumulación de riqueza por unos pocos a la par que promueve una concurrencia descarnada entre la mayoría.
La recomposición política a la luz de los avisos de una nueva crisis
El desorden momentáneo, consustancial a la fase actual de crisis y recomposición política, genera situaciones a veces difíciles de prever y parece que dan un margen de autonomía suplementaria a la esfera política con respecto a la esfera económica. Aun con todo, hay que recordar que las grandes líneas sobre las que se están efectuando estas recomposiciones políticas son la consecuencia de años de aplicación de una política neoliberal mediante la cual se han socializado las pérdidas, y las deudas privadas, de la crisis de 2008.
Por otro lado, nos encontramos en una situación en la cual no se ha puesto remedio a las causas que condujeron a la crisis en los años 2007-2008. A esto debemos añadir que en el marco de la economía real las tasas de crecimiento siguen siendo muy débiles, como lo explica Éric Toussaint, cayendo el crecimiento en los sectores productivos al 1%, y que países como Alemania, Japón o EE UU están estancados, o Italia en recesión. Sin solución para la situación de sobreproducción crónica que sufre el capitalismo desde hace décadas, las autoridades económicas han apostado por apoyar activamente a los grandes capitales y en especial al capital financiero (cuyas lógicas y ritmos marcan el curso del capitalismo en su conjunto). Lejos de cambiar sus políticas de inversión, los actores financieros siguen especulando con títulos de deuda como lo hacían en los instantes previos a la crisis. A título de ejemplo, un gran número de las mayores empresas del mundo utilizan la abundancia de liquidez para recomprar sus acciones con el objetivo de mantener la cotización bursátil a un nivel alto, generando a su vez nuevas dinámicas especulativas. En este panorama de la especulación permanente, la política del Quantitative Easing [expansión cuantitativa] promovida por el BCE, aplicada con anterioridad y aún por otros bancos centrales como la FED o el banco de Japón, permite que se siga acumulando a través de los mercados financieros, sin mirar hacia abajo.
El mantenimiento de la estabilidad económica y financiera continúa siendo una condición importante para poder gestionar el actual momento de recomposición sin que el polo de los partidos que encarnan el extremo centro siga desangrándose. Esto explica que los debates en torno a la política de tipos de interés próximas a 0% tenga un componente altamente político. Los actores del actual bloque de gobernanza en la UE son conscientes que en el momento en el que cese esta política, que por ahora disimula las contradicciones de las economías europeas, y el mercado sufra un choque de realidad, se desatarán nuevas tensiones sociales que pondrán en serias dificultades a la UE y a la hegemonía de aquellos que la gobiernan. El problema al que nos enfrentamos es que las primeras fuerzas en querer disputar esta hegemonía lo harán defendiendo políticas ultra-reaccionarias.
El escenario que nos dejan estas elecciones europeas es sin duda preocupante y las fuerzas progresistas deben tomar nota seriamente en vista de construir alternativas que puedan disputar la hegemonía al proyecto de la Europa neoliberal, a la par que acaben con las posibilidades de acceso al poder por parte de la extrema derecha. Para ello, es fundamental hacer balance de las experiencias que se han desarrollado en los últimos años. En particular, debemos tener muy presente el balance de la experiencia griega en 2015. La capitulación del gobierno de Tsipras muestra los límites de una estrategia de transformación centrada únicamente en las instituciones frente a las imposiciones de la troika (BCE, Comisión y FMI), aunque a algunos les baste con no nombrarla así. Además, es necesario impulsar medidas que puedan ser aplicadas inmediatamente por potenciales gobiernos populares pero que tengan al mismo tiempo una dimensión antagonista con respecto a las políticas de la UE actual. Es en este sentido por el que desde el CADTM hemos impulsado con otras organizaciones sociales, activistas y académicos el Manifiesto ReCommonsEurope, que recoge un trabajo de reflexión sobre las medidas que debería impulsarse para evitar la repetición de una situación como en Grecia.
La segunda clave para la oposición a la UE actual y al crecimiento de la extrema derecha se encuentra fuera de las instituciones, en la política profana. Los movimientos sociales, con el movimiento feminista y el movimiento por el clima a la cabeza, ocupan un espacio clave para repensar las lecturas de la situación, así como las respuestas a los retos que se nos plantean. Se trata de movimientos que no sólo plantean críticas radicales al funcionamiento del sistema en que vivimos y que renuevan espacios militantes y de movilización, sino que además permiten reflexiones y experiencias no sólo transnacionales, sino abiertamente internacionalistas. Estas serán necesariamente las vías mediante las cuales se podrán operar las transformaciones fundamentales que nuestras sociedades necesitan, así como la manera para explorar las pistas para la construcción de otra Europa basada en la defensa de derechos, la democracia, el reparto de la riqueza y del cuidado de la naturaleza.
Fuente: Viento Sur
[1] http://www.la7.it/speciali-mentana/video/europee-2019-matteo-salvini-commenta-il-risultato-elettorale-ringrazio-lass%C3%B9-maria-voti-per-cambiare-27-05-2019-272978
[3] Fenómeno de descomposición que afectó al partido socialista griego PASOK a partir de 2013.
[4] ALI Tariq, 2018, The Extreme Centre. A Second Warning.
[5] AMABLE Bruno, PALOMBARINI Stefano, 2017, L’illusion du bloc bourgeois. Alliances sociales et avenir du modèle français.