Es difícil acceder a una vivienda digna para una mayoría de la población, pero para las mujeres* es aún peor.
Las mujeres racializadas, las mujeres solas con hijas/os a cargo, las mujeres que quiere dejar su hogar pero no disponen de pruebas de pago del alquiler, las mujeres mayores aisladas, y en algunos casos, las personas no binarias, sufren todo el peso de la escasez de acceso a viviendas adecuadas, saludables y asequibles, y con demasiada frecuencia son discriminadas a la hora de alquilar o comprar una propiedad.
En Bélgica, donde hay una gran escasez de viviendas sociales, sólo hay dos posibilidades legales para acceder a una vivienda: el alquiler o la compra. Sin embargo, las mujeres* están en ambos casos atrapadas porque, de media, las mujeres tienen peores salarios, peores condiciones laborales, el número de contratos precarios y contratos a tiempo parcial es mayor entre las mujeres, y como consecuencia, las mujeres tienen pensiones más bajas. La penalización es doble, porque las mujeres están en desventaja tanto frente a los propietarios que alquilan sus viviendas como frente a los bancos que conceden las hipotecas.
Para las mujeres* con hijas/os a cargo, encontrar una vivienda adecuada y asequible es casi una misión imposible. Una vivienda más grande significa una vivienda más cara y el mercado privado de alquiler no se adapta a las necesidades de las personas. En consecuencia, las mujeres* no tienen más remedio que acceder a vivir en viviendas menos adaptadas a sus necesidades, en muchas ocasiones en situaciones de insalubridad.
Otra estrategia frente al encarecimiento del precio de la vivienda, a veces inadecuada e insalubre, es la cohabitación o compartir casa, una opción hacia la que se dirigen muchas personas, incluidas las mujeres* solas con hijas/os a cargo. ¡Pero cuidado, tienes que dominar bien los procesos administrativos porque el hecho de que dos mujeres solteras* con hijos/as a cargo compartan vivienda para reducir los gastos también puede hacer perder dinero! Increíble, pero cierto. Mientras la clase política y los medios de comunicación hablan de «nuevas formas innovadoras» de vivir y del «co-living», existen sanciones económicas para las cabezas de familia si la policía identifica que están compartiendo una vivienda: pérdida de ingresos de sustitución, reducción de ciertas prestaciones y desventajas fiscales.
En definitiva, la desigualdad en el acceso a la vivienda para las mujeres* también está atravesada por otras formas de desigualdad como la discriminación clasista y racista. El acceso desigual a la vivienda genera condiciones de vida desiguales, lo que a su vez refuerza las desigualdades de género, clase y raza. Por lo tanto, es imperativo romper este círculo vicioso.
En el mercado del alquiler, las dificultades que encuentran las mujeres* para acceder a la vivienda las sitúa en una posición de fuerte dependencia con respecto al propietario de su casa, que en muchos casos es un hombre. A veces es difícil dejar el propio hogar cuando no hay garantías de encontrar uno nuevo rápidamente. El miedo a recibir una notificación de desahucio impide a muchas/os inquilinas/os ejercer sus derechos de cumplimiento o exigir un alquiler digno. Los propietarios se aprovechan de esta posición de dominio para alquilar viviendas de baja calidad a precios desproporcionados. El nivel de dependencia del propietario es tal que pueden producirse situaciones muy violentas, desde el acoso hasta la agresión sexual.
En el mercado de la vivienda, las desigualdades económicas entre hombres y mujeres* son evidentes: el capital (en forma de propiedad de la vivienda) está mayoritariamente en manos de los hombres, mientras que las mujeres* están mayoritariamente entre las inquilinas. En resumen, podríamos decir que el capital de los hombres se mantiene o aumenta gracias a las rentas que pagan las mujeres*.
La calle es un espacio especialmente violento donde las actitudes machistas y patriarcales se manifiestan de forma mucho más violenta y extrema. Las mujeres* que están sin hogar se ven afectadas por una multiplicidad de factores (machismo, clasismo, racismo, xenofobia, transfobia, aporofobia, etc.) que vulneran totalmente su derecho a la intimidad y a la seguridad (y muchos otros derechos) y son más propensas a vivir situaciones de extremo miedo, degradación, exclusión, estigmatización e impotencia. La situación de las mujeres* que están sin hogar es aún más preocupante porque necesitan un domicilio para recibir asistencia social y, por tanto, estas dificultades para encontrar vivienda ahondan las situaciones de pobreza.
Las mujeres* que están sin hogar no están necesariamente en la calle, sino que utilizan diferentes estrategias para evitarlo.
A veces, se quedan en un hogar violento o en el que están amenazadas de violencia, por el miedo a no encontrar otro lugar donde vivir, una alternativa habitacional. En otros casos, debido a la falta de medios o de acceso a una vivienda adecuada, no tienen más remedio que permanecer en alojamientos superpoblados que les privan de intimidad y, por tanto, de espacio privado. Las mujeres* que viven en albergues, viviendas temporales (con amigos o familiares) o las que dependen de instituciones sanitarias, prisiones o refugios también son personas que están sin hogar, en el sentido de que no disponen de un alojamiento propio o de un espacio privado adaptado a sus necesidades y a una intimidad. Las trabajadoras domésticas, que trabajan en régimen interno y duermen en la casa de su empleadores/as también pueden ser considerados como personas que están sin hogar.
Todas estas formas de sinhogarismo son muy poco visibles, a pesar de que afectan a un gran número de mujeres*, lo que contribuye a la invisibilidad de estas realidades.
Uno de los retos a la hora de escapar de una pareja maltratadora es encontrar una solución rápida de alojamiento, lo que no es nada fácil para muchas mujeres*. Se exige una fianza (uno o dos meses de alquiler), que representa una suma considerable para las mujeres* cuyos ingresos suelen ser inferiores a los de los hombres. Además, la condición de conviviente reduce la cuantía de ciertas prestaciones, aumentando la dependencia económica. A lo que se suma que la escasez de viviendas asequibles hace que la búsqueda de una alternativa de alojamiento decente y barata sea tediosa. Estos elementos suelen obligar a las mujeres* víctimas de la violencia machista a permanecer en un hogar peligroso.
La dificultad de acceso a la vivienda para las mujeres* refuerza así considerablemente el problema de la violencia machista. Una política de igualdad de acceso a la vivienda con medidas favorables para las mujeres* inquilinas y propietarias podría reducir considerablemente la violencia que sufren las mujeres* en sus hogares. La falta de aplicación de estas políticas expone más a las mujeres* a la violencia.
¡Cuando las mujeres* se detienen, la ciudad se derrumba! Las profesiones de arquitectura, urbanismo y paisaje ya no están reservadas a los hombres. También aquí las mujeres* se ocupan de pensar y construir las ciudades y los territorios de hoy y de mañana. Pero la igualdad de oportunidades profesionales está lejos de alcanzarse: la desigualdad salarial, las dificultades para acceder a un trabajo remunerado, la inseguridad laboral, la menor visibilidad y la falta de reconocimiento son obstáculos que penalizan el trabajo de las mujeres*. La discriminación es aún más pronunciada en el sector de la construcción, donde las empresarias y artesanas son vistas por sus homólogos masculinos como ovnis. La contribución de las mujeres* en estas disciplinas no es ni mucho menos despreciable, pero sigue siendo en gran medida invisible.
Al mismo tiempo, los estudios y las prácticas que desarrollan una lectura feminista de los espacios públicos y domésticos se multiplican y son cada vez más populares. Muchas mujeres* -investigadoras, profesionales, activistas- se están reapropiando de la visión feminista para deconstruir y reinventar la forma en que concebimos y organizamos nuestros espacios cotidianos. Lejos de ser neutrales, ilustran y refuerzan la estructura patriarcal, racista y capitalista de la sociedad. Si el eslogan «la ciudad por las mujeres*, la ciudad para las mujeres*» tiene el mérito de ser llamativo, «la ciudad hecha por las feministas, para todas y todos» es decisivo, ¡y es portador de una utopía estimulante!
¡Y siguen siendo las mujeres* las que se encuentran mayoritariamente en el sector de la ayuda a la vivienda y a las personas que están sin hogar como trabajadoras sociales! Y que intentan compensar como pueden esta visión desigual de la ciudad. Estos trabajos están devaluados y mal pagados, otra palanca de exclusión para las mujeres*.
Por todas estas razones y por muchas otras más, nosotras reivindicamos:
1/ la reducción inmediata y la limitación de los alquileres: como las mujeres ganan menos, gastan una parte mayor de sus ingresos en la vivienda y, por tanto, son las primeras víctimas de la subida de los precios.
2/ La paralización de los desahucios, la derogación de la ley anti ocupación y la puesta en marcha de soluciones de realojamiento de emergencia adaptadas a las necesidades específicas de las mujeres*, especialmente las más precarias (sin hogar, sin papeles, víctimas de la violencia, mujeres* con hijos/as, etc.): toda mujer tiene derecho a una vivienda digna y asequible.
3/ La requisición de las viviendas vacías por parte de los poderes públicos y su reubicación en viviendas sociales públicas: mientras las mujeres* soportan el peso de la falta de acceso a una vivienda asequible, cientos de viviendas permanecen desocupadas. Los poderes públicos deben utilizar todos los resortes a su alcance para poner fin a esta situación inaceptable. La aplicación efectiva de sanciones legales a los propietarios de viviendas vacías es necesaria pero no suficiente.
4/ La construcción y renovación masiva de viviendas sociales y la aplicación de políticas ambiciosas e innovadoras que tengan en cuenta la realidad de las mujeres*. El uso efectivo de las cargas urbanísticas por parte de los municipios para producir viviendas sociales. El mercado libre y especulativo es incapaz de combatir las desigualdades y la discriminación que sufren las mujeres* en el mercado de la vivienda. Sólo la oferta pública y social puede y debe restablecer el equilibrio.
5/ El fin de las lógicas de mercado y la financiarización de la vivienda (especulación). El derecho a la vivienda debe estar por encima de los derechos de propiedad, de las finanzas y del rendimiento de los accionistas. La vivienda, un bien esencial para todas las personas, debe ser gestionada por la comunidad y no por múltiples propietarios y fondos de inversión.
6/ El desarrollo y el apoyo de soluciones innovadoras de gestión colectiva de la vivienda y los espacios vitales: la gestión conjunta facilita el acceso de las mujeres* a numerosos recursos y contribuye a reducir las desigualdades de género, (colectivización de las tareas domésticas y de cuidado, la mutualización de los espacios, creación de redes de solidaridad...) y la individualización de los derechos.
7/ Una visión feminista de la ordenación del territorio y un enfoque sensible a la situación de las mujeres* para que puedan acceder a una vivienda digna, sana y asequible.
8/ Valorar el trabajo de las mujeres* del ámbito de la construcción, el urbanismo y el acceso a una vivienda mediante políticas destinadas a promover la igualdad de oportunidades y acabar con la discriminación.
mujer* Toda persona que se identifique o identificada como mujer
8 de marzo - 28 de marzo: ¡el mismo combate!