17 de julio de 2009.- A finales de 2008 se llevó a cabo una Conferencia sobre la Crisis Económica Mundial, a continuación les presentamos la intervención de Jorge Marchini, Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires (UBA):
La crisis está entre nosotros y nosotros dentro de ella. Suele decirse que nos ha encontrado desarmados, sin las armas de la crítica y la propuesta alternativa para salir de ella; no es verdad, al menos no enteramente. La Conferencia concretada a fines de 2008 por el Centro Internacional Miranda lo desmiente; su contenido se diseñó en el mes de marzo, y la iniciativa fue madurando en el plano de lo organizativo y de lo temático hasta que en agosto los preparativos entraron en período de aceleración, ya fijada la fecha en que tendría evento. El momento de realización terminó por ser muy oportuno para sus finalidades de ir definiendo, analizando, debatiendo y proponiendo, al mismo tiempo en que se producían continuamente novedades respecto a la situación que se había propuesto como eje temático: la crisis internacional. Ciertamente, ninguno de sus meritorios organizadores había tenido una intuición genial acerca de que los acontecimientos se precipitaran de tal modo en coincidencia con el desarrollo de la Conferencia, agregando nuevos elementos para el análisis. Era un momento más que apropiado para que surgieran respuestas desde el Sur, visiones alternativas que hicieran oír su disidente voz frente al coro de los economistas del status quo que, aun en su desconcierto, siguen repitiendo el mantra de sus fracasadas recetas. Como en la Conferencia “pensamos juntos”, bien pueden atribuirse al colectivo de sus miembros lo acertado que haya en lo que se expone a continuación; en cuanto a los errores, los asumo a título personal sin mayores penas o vergüenzas, por aquello que decían nuestros mayores de “qué le hace una mancha más al tigre” (la única garantía de no equivocarse es no hacer). Si bien han pasado algunos meses desde entonces, meses que han servido para evidenciar las consecuencias de la crisis sobre la economía real -fundamentalmente a través de la pérdida de decenas de millones de puestos de trabajo en todo el mundo-, esto ya se entreveía al momento de la Conferencia por lo que he resuelto dejar el análisis y las propuestas tal como estaban entonces, sólo adaptándolas a las formas de la exposición escrita.
I. LA INOCENTE ALEGRÍA DEL “POR FIN LES TOCÓ A ELLOS”
Querría primero describir las percepciones que se han expresado desde el Sur, especialmente desde América Latina, al intentar caracterizar esta crisis; esto es algo muy importante pues tiene que ver con la forma de encarar los desafíos presentes en este momento y los que vendrán. Se pueden diferenciar las reacciones por etapas. Como sabemos, la crisis comienza en agosto de 2007, o por lo menos entonces se produce la aparición de sus primeros efectos importantes: la crisis de las hipotecas subprime, de las “hipotecas débiles” en los Estados Unidos. Regía entonces entre nosotros la teoría del desacople, que acompañó la crisis en esa primera etapa; la idea era compartida por los analistas críticos con los del establishment. Prevaleció el supuesto de que, por razones novedosas, la crisis originada en el Norte era del Norte y no alcanzaría al Sur; no lo haría porque se vivía dentro de un marco mucho más saneado de las condiciones económico-financieras de América Latina -y también de otros países del Sur-. Como elementos básicos de este saneamiento se indicaban los altos niveles de reservas de la mayoría de nuestros países, y los altos precios internacionales de los commodities que constituyen nuestras principales exportaciones. Por primera vez en mucho tiempo, una crisis se inauguraba en el Norte, y se veía como posibilidad cierta que elementos nuevos de la economía mundial -la fuerza de la demanda de los nuevos países industrializados, sobre todo Brasil, China, India y Asia en general- nos dejaran en una situación nueva donde podríamos, por primera vez, asistir a una crisis casi como espectadores.
Con el correr de algunos meses, dentro del punto de vista amplio del Sur apareció algo así como un sentimiento de alegría. El sentido de esta alegría debe ser puesto entre límites y relativizado al ambiente intelectual en que se generó, que podríamos resumir en un discurso más o menos así: “Ésta es una crisis del capitalismo neoliberal, nosotros no estamos en ese capitalismo, venimos derivando por un camino distinto hacia un mundo, el del Foro Social Mundial, un mundo posible distinto al que vivimos. Aquí, entre nosotros, el Socialismo del Siglo XXI se ha instalado como meta, y por lo tanto podemos confiar en que esta crisis es sólo de ellos y que nuestro sistema económico en construcción, nuestra forma de ver, nuestra perspectiva, son los que quedarán en escena como única alternativa”. Hubo también muchas declaraciones, unas más felices que otras, que aparecieron en este marco de percepción. Por ejemplo: el Presidente de Brasil dijo más o menos esto: “a nosotros no nos interesa lo que está pasando en el Norte, nosotros estamos blindados ante esta situación”. Y también la declaración de la Presidenta de Argentina, mi país, Cristina Kirchner, afirmando en las Naciones Unidas –cito de memoria-: “esto es el efecto jazz, se reían del efecto tequila y de nuestro efecto tango, de las condiciones de la crisis argentina, y ahora ustedes –los del Norte- también se van a enterar qué es el efecto de una crisis”. Para mal de nuestros pecados, la inocente alegría duró poco.
II. ¡SE NOS CAEN LOS PRECIOS!
En la siguiente etapa –en la que de algún modo todavía estamos- empezó a cundir la preocupación, de alto y múltiple impacto, acerca de la caída de los precios internacionales de nuestros productos primarios de exportación, llámense petróleo, cobre, soja, y con la caída se instaló el temor a la recesión. Ya no se habla más de desaceleración mundial, ese término algo eufemístico propio del período anterior, cuando no se pensaba que esta crisis pudiera ser económicamente recesiva sino que se la veía como limitada al sistema financiero. Es que todo lo que debatían los analistas reconocidos giraba en torno al mundo financiero, sin referencias al mundo de la economía real. Pues bien: ahora vemos que en forma más abierta esos mismos “gurúes” están hablando de recesión, ya no de desaceleración, y que aparecen pronósticos que anticipan una crisis severa. Hoy emerge el temor de que las condiciones de funcionalidad de la economía mundial, altamente globalizada, se vean amenazadas directamente por la crisis, y se hace evidente que los países periféricos vivirán la crisis también en forma directa.
III. LA ILUSIÓN DE LA DEVALUACIÓN Y OTROS RIESGOS PEORES
Buscando recetas en el manual de uso, surgieron las devaluaciones –“competitivas”, según su justificación- como un recurso para mantener los niveles previos de exportación. Las economías de América Latina venían de una etapa de revaluación monetaria, una tendencia que les provocaba cierto tipo de contradicciones; revirtiéndola, las devaluaciones monetarias aplicadas en forma bastante amplia y masiva, parecían resolver los antiguos y nuevos problemas. Pronto se evidenció que, de ser soluciones, sólo eran de tipo parcial. Nuevos problemas aparecieron como, por ejemplo la caída de las bolsas; esto sucedió en Brasil, donde por su internacionalización estaban más expuestas a estas situaciones, pero se dio también por doquiera. Y también aparece como un fantasma el tema de la seguridad de nuestras reservas, es decir, cuánto efectivamente tenemos y cómo cuidamos que esa condición de reservas se mantenga. Ya no quedaba nada de la ilusión de que la crisis del Norte fuera directamente proporcional a una posibilidad benéfica para el Sur, al menos no dentro de las actuales reglas de juego.
Esto nos lleva a advertir sobre algo sabido de antiguo: además de sus efectos en ese plano, las crisis económicas, sobre todo cuando son muy severas y rápidas, no suelen ser positivas a nivel de la vida política y de la participación social. Pueden ser muy regresivas; me gustaría traer a colación lo que mi compatriota y colega Claudio Katz decía acerca de las crisis de mediados de los años 1970, que desembocaron en cambios de las políticas monetarias norteamericanas debidos a la iniciativa del entonces Presidente de la Reserva Federal, Paul Volker, de aumentar la tasa de interés en la década de 1980. Esa resolución de la crisis cerró la etapa de la postguerra, caracterizada por la intervención estatal y los mecanismos participativos del Estado, para abrir lo que conocemos –y sufrimos- como período neoliberal. Esa crisis del capitalismo dio origen a un período reaccionario o regresivo para la sociedad –en América Latina acompañó el último ciclo dictatorial-, y esto puede volver a suceder si esta crisis mundializada también termina por resolverse por iniciativa de los mismos actores.
IV. LA SOMBRA TEMIBLE DE LA GRAN CRISIS
Algo similar podría decirse acerca de la crisis iniciada en 1929, siempre referente mayor en las crisis del capitalismo moderno. En su connotación política, esa crisis irónicamente se desvió de su epicentro en Wall Street, y sus secuelas reaccionarias golpearon a la vieja Europa -cuna de los movimientos sociales más importantes, de la Revolución Francesa, de las ideas transformadoras más avanzadas-; allí no sólo no se resolvió en forma progresiva sino que dio paso al fascismo y, con él, al aplastamiento de la izquierda revolucionaria y hasta de la no revolucionaria. Mientras tanto, en los Estados Unidos, referente mundial del capitalismo abierto y con menos tradiciones culturales y políticas de cambio o socialistas en general, el sistema reaccionó de otra manera, no solamente por el New Deal y las políticas estatales de Roosevelt, sino sobre todo por la creciente participación de los actores subalternos en la sociedad norteamericana: fue entonces que surgió un movimiento obrero nuevo en Estados Unidos, incorporando a los trabajadores sin oficio y estableciendo nuevas referencias para todo un período de la vida política y social del país.
Con esto en mente, creo oportuno hacer mención a los llamados salvatajes, y a la interpretación que se les da desde Latinoamérica. Se considera que ahora el Norte tiene que tomar medidas que nunca hubiera pensado ni querido adoptar desde su ideología neoliberal, pues los salvatajes implican una participación masiva del Estado. Están aplicando una idea intervencionista, una socialización, al menos de emergencia, de la situación de participación del Estado ante la crisis; claro está que estos paquetes de intervención estatal que vemos son, en un principio al menos, exclusivamente financieros. La actual política de la Reserva Federal tiene corte keynesiano, y no hay duda de que Bernanke, que preside esta suerte de banco central norteamericano, es una persona experta en la crisis de 1929 (de hecho constituye su especialidad académica). Es decir, si algo sabe Bernanke es acerca de qué pasó entonces y -por los análisis hechos a posteriori- qué se hizo mal en Estados Unidos en ese momento; sabe que no se salvó el Bank of United States y sabe que estuvo mal no salvarlo, porque eso creó más pánico; sabe que había que bajar las tasas cuando se produce el comienzo de la crisis de Wall Street. El hombre sabe del tema, y por eso su participación en la crisis ha sido extremadamente activa, al punto de que no ha tenido ninguna vergüenza -y esto sí que es un dato cultural no menor- de romper con todas las indicaciones acerca de lo que hay que hacer ante una crisis de acuerdo a las recetas neoliberales (liberalizar el mercado soberano, dar libre movimiento a los capitales, nuevas privatizaciones). Todos esos mandamientos que hemos vivido como Consenso de Washington, Bernanke no tiene problemas en violarlos en este momento e intervenir directamente la crisis.
V. ¿A QUIÉN SALVAN LOS SALVATAJES?
Frente a esto cabe preguntarse: ¿es progresista la participación de Bernanke, que aparece con un recetario y un bagaje, con una artillería keynesiana ante la crisis? ¿Qué hace? Brinda liquidez, practica salvatajes a un sistema financiero que se viene abajo y procura regular la crisis. Hay algo cuasi religioso, cínicamente puritano, en todo este “salvacionismo” restrictivo y restringido, que tiene que ver y casi explica muchas cosas relacionadas con cómo aparecen los cambios de la política norteamericana a partir del año 2001, cuando la crisis de las punto.com, esos gigantes fugaces que se movían en el mundo de Internet. Se ha señalado el cambio de orientación hacia las bajas tasas de interés, la valorización inmobiliaria, los problemas de acumulación de capital y de tasa de ganancia -o de valorización del capital que se ha postergado a través de políticas financieras-, y el principal problema que aparece en el balance de esta situación es que había un problema de falta de regulación. Entonces, dice Bernanke, lo que hay que hacer a partir de ahora es regular bien; es verdad, los mercados solos no funcionan, pero eso se resuelve con gente “más seria” en Wall Street.
Para ser sinceros, siempre que hay crisis aparecen este tipo de balances. En un libro muy interesante de John K. Galbraith, El Crack del 29, hay algunos párrafos que parecen actuales; allí se habla de la irresponsabilidad financiera y la incapacidad de resolver la crisis. Se trata de sacar lecciones para no repetir lo mismo; hay que corregir estos defectos del sistema, y una vez que se corrijan estaremos en una situación distinta mucho más ordenada para todos. Pero lo cierto es que estando en plena crisis emergen otros interrogantes; el primero es quién paga esta crisis, un debate que ya comenzó en todo el mundo –incluidos los Estados Unidos-, porque esta no es una situación donde solamente están en juego movimientos monetarios de recursos que, supuestamente, luego se recuperan rápido para ser reintegrados al sistema, sino que hay una intuición generalizada en la sociedad, no solamente en los economistas, acerca de que ésta es una crisis severa. No es sólo la crisis de un país que ya tenía serios problemas de financiamiento, de balances de pago y fiscales, cuya solución sea un salvataje para un sistema que ha funcionado mal y que no alcanza a los verdaderos damnificados. El propio debate parlamentario en Estados Unidos reflejó esta idea: acá se está salvando sólo a los que han provocado la crisis, sin saber hasta dónde van a llegar los daños pero sabiendo que los más damnificados son obviamente los dueños de las casas hipotecadas, los trabajadores que pierden el empleo, los consumidores, las pequeñas empresas, la producción en general.
Otro de los temas ligados a esta situación -sea que se resuelva positivamente, es decir, que los efectos del salvataje en algún momento estabilicen los mercados, o sea que no ocurra así- es que ya se avizora una nueva y altísima concentración económica y financiera, ya evidenciada por los movimientos de compras de carteras de grandes bancos como Lehman Brothers, o por el salvataje de Bear Stearns a través de otras grandes financieras. El salvataje en curso, que implica la absorción de carteras o directamente la compra de paquetes accionarios en forma de emergencia, está derivando en una situación “natural” en la que algunos se van a salvar y otros van a caer. Ya el bueno de Alan Paulson, por entonces Secretario del Tesoro norteamericano (y antes de eso, y seguramente también después, ejecutivo en Wall Street), avisó que no se van a salvar todos, de lo que se desprende que va a haber una reducción de actores del sistema financiero y, obviamente, una alta concentración.
VI. ¿HACIA EL OCASO DE LA MONEDA IMPERIAL?
Aunque el tema de los desequilibrios monetarios es uno de los –tantos- temas relacionados con la crisis acerca de los que no tengo suficiente claridad, quisiera introducir una reflexión sobre la cuestión cambiaria y, dentro de ella –tal vez lo más importante-, sobre todo lo relacionado con el rol del dólar, que es como decir el rol de la economía norteamericana en su relación con la moneda de reserva y referencia del orden de la economía mundial capitalista. Las teorías van y vienen; lo seguro es que este tema va a incidir mucho en los efectos y en cómo concluimos la situación de crisis. Recordemos que hasta hace poco convivíamos con un dólar debilitado; ahora ha habido una revaluación del dólar, en coincidencia con la nueva etapa de la crisis. Ante este fenómeno aparece una teoría -que creo acompañada de alguna idea keynesiana, o más propiamente kaleckiana- que afirma que Estados Unidos es indispensablemente instrumental al sistema económico; el ciclo sería el siguiente: ya no hay un Bretton Woods que regle el sistema cómodamente con el patrón oro, ni tipos cambiarios regulados con bandas de máximo y mínimo en torno al dólar, ni un ordenamiento disfuncional regido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ya nada de todo eso existe; “fue”, como dicen los jóvenes argentinos. Sin embargo, tenemos un orden que es más o menos funcional, donde Estados Unidos, el gran mercado y la gran economía mundial a los que todo el mundo imita, son irreemplazables, hegemónicos. Desde la caída de los países del Este y la Unión Soviética, no hay otro modelo económico en juego; por lo tanto, Estados Unidos es condición de funcionalidad del sistema, al menos en el sentido de que la moneda de referencia de todo el mundo hacia Estados Unidos –y de la mayor parte de los países entre sí, salvo en la Unión Europea- es el dólar. Esto se complementa con la idea de que, como el dólar es la moneda-reserva de los bancos centrales y las empresas capitalistas, es lógico que los flujos financieros vayan a cubrir el déficit de Estados Unidos continuamente; por eso es que los bonos del Tesoro norteamericano logran suscripción por parte de bancos centrales o fondos de inversiones. Habría una capacidad y una voluntad del mundo de financiar a Estados Unidos, por lo que el círculo deudor-acreedor-deudor cierra, desde que los acreedores financian una y otra vez y el ciclo sigue repitiéndose.
Es una forma de ver la situación que no parece reconocer la pérdida de poder norteamericano, que es muy grande. El Sur -y esto está bien demostrado-, en los últimos años, financia al Norte. El Presidente Hugo Chávez mostraba cómo se da ese mecanismo incluso en Venezuela, a través de las tarjetas de crédito, pero hay muchos otros mecanismos de migración de capitales de Venezuela hacia el Norte, y esto se repite de distintas maneras –y seguramente en niveles más altos- en todos los demás países de América del Sur. Además, los países del Sur han estado dirigiendo flujos de capital hacia Estados Unidos para compensar, no porque lo quieran hacer sino porque allí están radicadas sus reservas, y porque las empresas capitalistas han ubicado su dinero también en el Norte. Sin duda, esto puede seguir así, pero advirtamos que esos capitales no son tributos, no son impuestos; no es que el poder imperial puede imponer la continuidad de esas prácticas. Son créditos, son deudas, y como todo acreedor con respecto a un deudor, nuestros países pueden empezar a medir si el deudor puede pagar lo que le debe, si vale la pena refinanciarlo. En algún momento del ciclo se puede introducir esta duda, por lo tanto considero abierta la situación con respecto a la estabilidad del dólar y las condiciones en que ésta se puede dar (un dato nuevo: China afirmó no querer seguir sosteniendo al dólar como única moneda de intercambio mundial, y un coro de países la apoyó).
En todo caso, ante la crisis, el primer recaudo de los capitalistas es colocar sus capitales en forma de activos muy realizables y de apariencia muy firme; algo paradójicamente –dado que en Estados Unidos se inició la crisis- la elección recayó en los bonos del Tesoro norteamericano. De allí se extrae por conclusión que este fenómeno va a ser característico de la crisis: los capitales se refugian en Estados Unidos y, por lo tanto, este país va a poder fortalecer su financiamiento, pero también el rol de su moneda como moneda hegemónica mundial. Es difícil saber si esto va a ocurrir, o si emergen otros elementos que permitan saber, por ejemplo, si la crisis se queda en recesión o deriva a depresión. Y entonces los pronósticos pueden girar en torno a lo que va a significar para el ordenamiento internacional si ocurre una caída del dólar, qué puede significar eso para una economía que tiene intercambios productivos y también complementarios. Qué puede significar un tipo, ya no digo de caída del dólar solamente, sino de desequilibrios monetarios más severos. Cómo va a ser pagada esta crisis. Si se la paga en forma deflacionaria, con la caída de un ordenamiento monetario -sea del dólar o del euro, o del yen, o combinado-, o en forma inflacionaria, si la cuestión se va a resolver a través de emisiones o, trágicamente, a través de las armas, que es como a veces pagan las crisis.
VII. CARACTERIZAR LA CRISIS
En la Conferencia convocada por el Centro Internacional Miranda se comenzó a caracterizar la crisis como crisis de sobreproducción, un aspecto vinculado de alguna manera con condiciones de la demanda efectiva y, por lo tanto, con una situación de efecto más que de causa. En ese contexto habría que ver de otra manera el tema de los recursos naturales, desde la mira de la limitación de recursos, y así también con los problemas ambientales pero, en general, estábamos hablando de una crisis de sobreproducción, o de una incapacidad de realizar consumo si se quiere. Tras la sobreproducción hay una crisis de sobreacumulación; siempre el capital es visible sólo hasta un punto. Y ahí se puede volver al viejo Marx, que si de algo trató es del tema de las crisis; para el marxismo no es novedad hablar de crisis del capitalismo, o de las crisis recurrentes en las que acaban los ciclos capitalistas. Marx, en el Tomo III de El Capital, donde habla de la caída de la tasa de ganancia, ve las contratendencias y en especial una, la última, la que siempre se estudia menos, y que es este efecto de sostenimiento vinculado, justamente, con la valorización financiera, y los efectos distorsionantes que puede provocar como contratendencia teóricamente destinada a evitar la crisis mediante el uso de estos mecanismos tan sofisticados de los mercados financieros.
Estamos, pues, ante una crisis que va a tener que ver con la reestructuración del capital, con liquidación de capital y con un rearme de la tasa de ganancia vinculada con una disputa política enorme, con mayor explotación. Y nadie puede decir que sea una crisis completamente inesperada: Allan Greespan ya había utilizado un famoso término -en algún momento a principios de la presente década, en algún mensaje al Congreso norteamericano-, él empleó ese término que luego se repitió mucho: “exuberancia irracional”. No se trata de que alguien, ahora, de repente, detecta que ha habido un problema de sobrecalentamiento financiero, un exceso financiero. Todo este asunto de la “exuberancia” ya había sido analizado, pero obviamente se eligió el camino de mantener un alto nivel de fluidez financiera ante el temor de que, si se intentaba parar o controlar esa fluidez, se desencadenaría una crisis. Y esto, por supuesto, también actuó como contratendencia, pero a largo plazo –lo estamos viendo- generó un problema mayor.
VIII. LA CRISIS LES PEGA A TODOS, PERO DISTINTO
Voy a procurar referirme más centralmente a las consecuencias para América Latina de esta crisis; las consecuencias son distintas según los países, por lo menos en lo inmediato. Hay un primer nivel de afectados que son los países altamente dependientes de Estados Unidos, aquellos que por motivos de mercado o por razón del flujo de su balanza de pagos y en sus relaciones económicas están en esa situación. En primer lugar sin duda está México, “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” como dice el viejo dicho. Atados por un tratado de libre comercio –el NAFTA-, con más del 90% de su comercio vinculado con Estados Unidos, la situación mexicana es obviamente de afectación muy directa, y está relacionada con la crisis desde el comienzo de sus severas consecuencias en la economía real. También en este nivel están los países de América Central, dependientes en su producción, partes de una división del trabajo orientada a satisfacer la demanda norteamericana. Respecto a estos países, hay otro elemento agravante, de tipo social: la situación de los flujos que envían los trabajadores emigrantes desde Estados Unidos -y en general desde los países industrializados- a sus familias que quedaron en los países de origen. Los migrantes, que por las crisis recurrentes de sus países han sido forzados a abandonar a sus familias, se encuentran con que no pueden seguir enviando esos pequeños giros -que suman millones-, y algunos países lo sufren enormemente. La caída del empleo -por caso en la construcción, obviamente en primer lugar en Estados Unidos-, ya está eliminando a esta mano de obra que había llegado de América Central, por ejemplo, y esto significa rápidamente caída de ingresos para esos países, y con la caída de ingresos otros problemas severos.
Hay un segundo tipo de países, que son aquellos que tienen una mayor exposición al tipo de flujo permanente de mercados financieros y que han estado más en esta ruleta porque, de alguna manera, también su mecanismo de sostenimiento económico ha estado altamente vinculado al sector financiero, con bajas tasas de interés, con atractivos movimientos de capitales y, por supuesto, han quedado expuestos también a sus idas y venidas. Quizás el caso más emblemático sea el de Brasil, que hasta hace un mes atrás se consideraba como BRIC, un país visto como la potencia económica de América Latina. Y se lo veía como un país de los que despegaban de la crisis, de los que usufructuaban el “efecto desacople”. Pues bien: ahora estamos viendo que Brasil sufre muy severamente la crisis. La caída de su Bolsa es la mayor, la devaluación del real es enorme y se evidencia que va a vivir muy directamente el efecto de la crisis, porque su dependencia permanente de los flujos financieros y la salida de capitales o el resguardo de capitales pueden provocar, aun con altas reservas, una situación nueva o incluso una pérdida de poder de las reservas en poco tiempo. Algunos otros países tienen otro tipo de exposición a la crisis, no sólo por el financiamiento público o el mantenimiento de las condiciones del mercado internacional, sino también por las inversiones. Quizá un caso muy representativo sea Chile, donde los fondos de pensión liberalizados han colocado dinero en la Bolsa de Nueva York. Estamos hablando de un problema social: la exposición de los bonos de pensión privados que fueron colocados en este tipo de instrumentos financieros que no se han sostenido en la crisis, amenaza no solamente con pérdidas en la tenencia de los activos sino que afecta a todo un sector social, y por supuesto que tiene un significado en las expectativas acerca de las condiciones económicas.
Un tercer tipo de países son los que se habían visto beneficiados en los últimos tiempos por ser productores de materias primas u otros productos con alto nivel de demanda o demanda sostenida en el mercado mundial. Argentina es uno de éstos, con una condición hasta hace poco muy favorable en el mercado internacional. Aquí se mezclan también algunos de los países de los que hablaba antes –Brasil, Chile-, y que forman parte de dos categorías. Los países del tercer tipo rompieron parte de la teoría económica construida en América Latina: la de los términos de intercambio, porque sus productos primarios se valorizaron mucho más que los productos manufacturados. Habrá que revisar la teoría de los términos de intercambio, toda esta idea de volumen versus precio, aquello de que el desfasaje significaba para los países periféricos una desventaja por su falta de industrialización. Los argumentos y la forma de identificación del problema son muy diferentes, pero parecía que estábamos en un período casi inédito, que no se había repetido desde principios del siglo XX: algunos de nuestros países pasaban a ser ganadores en el mercado internacional con productos basados en recursos naturales, gracias una demanda mundial creciente y a la limitación de estos recursos. Chile con el cobre, Brasil con el hierro, petróleo de Venezuela, Argentina con soja y otros productos agropecuarios: cada país podrá decir qué ponía en la balanza del mundo, con qué se planteaba su posibilidad de “triunfar” y cómo es que ahora esta ilusión está amenazada por la caída internacional de los precios.
IX. LA CRÍTICA ES INDISPENSABLE, PERO HAY QUE TRASCENDERLA
Durante la Conferencia, Luis Bonilla sostenía que había que discutir alternativas, porque si no surgen algunas ideas, si solamente nos regodeamos acerca de lo malo que es el capitalismo, poco vamos a aportar. La verdad es que el capitalismo no es el mejor sistema del mundo, pero si la conclusión es sólo esta y nos va a dejar conformes, creo que nos estaríamos quedando cortos. Éste es un momento donde los economistas críticos, intelectuales, pensadores o líderes sociales, los que tienen ideas sobre un mundo distinto, no sólo tienen mucho que decir sino que pueden poner bases a una referencia nueva acerca de cómo se va a discutir y cómo se van a plasmar los movimientos y los posicionamientos de los actores sociales en el próximo período. Para ello precisamos una visión que vaya identificando los elementos de esta crisis y sus consecuencias para América Latina, y que proponga alternativas a dos niveles: corto plazo, porque hay temas para el corto plazo, y mediano plazo. No quiere decir que nosotros tenemos todas las soluciones, y esto lo digo porque puede parecer, en este clima intelectual que se está creando, en este vacío, que nosotros teníamos razón. Bueno, la verdad es que la teníamos: el capitalismo no funciona. Pero también es cierto que, de alguna manera, el capitalismo demuestra ser práctico, de alguna forma resuelve sus crisis, y si es así, el capitalismo va a volver. Las crisis financieras tienen resolución, no hay crisis finales. Hay crisis y puede haber un rearme: en otro nivel, con otras condiciones, quizás muy regresivas, el sistema funcionará y nosotros quedaremos como los utópicos, aquellos que creyeron que el mundo podía ser cambiado.
Lo interesante es que hoy por hoy no son creíbles y nosotros tenemos un punto de ventaja: los neoliberales, o los neoclásicos, o si les queremos decir los pro-capitalistas más salvajes, más crudos, hoy están en un mal momento. Ellos dicen: “el capitalismo sirve, pero a veces hay que ayudarlo”; da vergüenza ajena ver la forma en que están explicando la crisis. No están en un buen momento, no es el momento de ellos; es un mal momento para ellos, es el momento en que han perdido la iniciativa, en el plano cultural también. Si este retroceso se va a corresponder con la continuidad de la crisis, ésta va a trabajar también sobre nuevas demandas, nuevas condiciones, nuevos balances, nuevas posiciones culturales. Hoy no se atreven a decir que el mercado asigna en forma automática, y resulta que el Estado tiene, después de todo, que intervenir en la economía. Que los neoclásicos o neoliberales estén mal no significa automáticamente que estén mejor los modelos alternativos: parecen lejanos, un poco o un mucho en razón de que el socialismo está impregnado de una experiencia frustrada, la del llamado socialismo real. Y el socialismo irreal –creo que el Presidente Chávez hablaba de ello- no aparece como modelo alternativo, no genera una tensión. Por lo tanto, en este combate cultural, por ahora va ganando una referencia que dice que el capitalismo no es bueno, pero es práctico.
Mientras ese sea el consenso, nos seguirán llamando los periféricos, o los sensibles, sensibles a los temas humanos, lo cual nos pone bien con respecto a la humanidad pero también como inútiles: somos sensibles pero no tenemos soluciones. Este tipo de consenso, de clima, se tiene que romper, y se rompe con ideas, propuestas, con aproximaciones explicativas sobre la crisis. Primero, es hora de indicar claramente que este no es tiempo para que los países periféricos estén inmóviles. Digo esto porque una de las primeras conclusiones, aun dentro de los procesos políticos más avanzados en América Latina, ha sido la de “esperemos hasta ver qué pasa”, esperemos porque es una crisis del Norte y esperemos porque, como pasa en todas las crisis -sea una gran crisis personal o social- uno se paraliza un poco. No sé si creimos que si nos quedábamos quietos no nos iba a tocar a nosotros, y además están los mercados: no les hagamos ruido a los mercados, no hagamos cosas raras. Y resulta ser que esta es una actitud bien neoclásica, neoliberal, esa idea que se impuso en el primer momento de reacción: no hacer nada ante la crisis. Y debió haber sido completamente al revés, porque hay países -como es el caso de Argentina- que tuvieron una gran crisis financiera hace pocos años, una crisis que de alguna manera inaugura este proceso y que alguna experiencia nos tiene que haber dejado. En Argentina hubo caída del sistema financiero y estatización de la crisis a través de participaciones -cubrimiento de la crisis-, devaluación, renegociación y default de la deuda. Y después de todo eso, hace poco, antes del comienzo de la crisis, Argentina decidió, contrario sensu a esa experiencia, ¡pagar por adelantado al Club de París! Anticipó que iba a cancelar una deuda que viene pendiente desde el momento de la crisis anterior; nada la obligaba a pagarla inmediatamente, todo era un gesto para volver a un mercado de capitales que, precisamente, se estaba cerrando para todo el mundo. La presidenta Cristina Kirchner anticipó el hecho de que Argentina había decidido usar las reservas para pagar al Club de París deudas que tenía con instituciones públicas de otros países. Era un tipo de respuesta de las que los ingleses llaman over shooting: un tiro por arriba del blanco que me permite ponerme adelante de los problemas. Aunque el pago haya quedado en la nada –la idea se tornó risible con las nuevas restricciones financieras-, de algún modo parece ejemplar: es el tipo de respuestas que no puede dar América Latina a la crisis, y esto de alguna manera tenemos que ponerlo en claro.
X. LA CONFUSIÓN KEYNESIANA Y LAS INTERVENCIONES NECESARIAS
Sin duda, a esto de la confusión keynesiana habría que ponerle comillas en algún lado: a toda la expresión, al primer término o al segundo. Que lo decida el lector. Lo que importa es esto: hay que superar la confusión keynesiana de creer que toda intervención estatal es buena, “salva”. Para ser precisos, creo que la intervención estatal en la forma en que se está practicando en este momento, es contraria a los intereses de los pueblos. Y esta tendencia a salvar al sistema financiero ya está llegando a nuestros países; “salvar” en el sentido de bajar tasas de interés con subsidios, y seguir dándoles condiciones propicias a sectores que han dinamizado las formas perversas que tiene este mecanismo neoliberal. Creo que es una confusión que tenemos que superar y para ello debemos plantearnos interrogantes prácticos. Por ejemplo: ¿este es el momento del Banco del Sur o es un mal momento para su lanzamiento? ¿Hay que reactivar este tema? Al menos en esto puede decirse que nuestros países avanzaron desde la Conferencia, y el Banco del Sur hoy ya es un hecho (sólo falta poner la plata). Otra pregunta: ¿Tenemos o no tenemos que plantearnos medidas concretas vinculadas con la soberanía alimentaria y la soberanía energética? Como propusiera en la Conferencia el colega ecuatoriano Pedro Páez, ¿no tendríamos que avanzar en el control y nacionalización de nuestros recursos para, en disposición de ellos, encontrar formas de asignar y mecanismos de contención para la crisis y las consecuencias que ya tiene? Y otra pregunta: ¿debemos o no tener algún tipo de coordinación con respecto a temas como las reservas monetarias de nuestros países, que todavía son altas pero que rápidamente pueden diluirse? ¿Esa coordinación no podría evitar que esta situación se convierta en una disputa por devaluaciones competitivas? En mi país, Argentina, la devaluación de Brasil –porcentualmente el doble que la nuestra- es usada para plantear la necesidad de devaluar al mismo ritmo la moneda argentina. En vez de coordinación lo que tenemos es desequilibrio de flujos comerciales o de precios relativos en la región, y competencia intrarregional cuyos efectos podrán ser muy negativos en el próximo período.
Tenemos otra vez el asunto de la deuda externa en escena (que vaya nuestro reconocimiento a Eric Toussaint por su constancia en martillar sobre el tema en forma permanente). Hasta hace poco, la deuda había pasado a un escenario posterior, a la sala del fondo: confiábamos en el rearmamiento de la economía. Ahora, de golpe, el tema deuda vuelve a estar planteado y pone de relieve la inestabilidad; los “riesgo-país” están aumentando, y en consecuencia la colocación de deuda alcanza tasas de cargas o de interés mucho mayores. Los bancos no están financiando: se salvan ellos, es su propio salvataje y el de su subsistema y, al no haber fluidez financiera, el tema deuda puede resurgir rápidamente. Al respecto cabe preguntarse: ¿tenemos o no que llamar a una coordinación rápida con respecto a la deuda, y retomar un tema que quedó pendiente desde hace tantos años atrás, desde la crisis de los años 1980, como es el del club de los deudores? ¿Y la coordinación de políticas económicas? ¿Debemos avanzar o no, cuando seguramente tenemos un disloque en la situación de los mercados reales, en la complementación económica comercial, con una visión distinta a los modelos de integración? ¿Hay que plantear o no que hay un modelo diferente y tal vez superador, que es el modelo del ALBA? Hay que pensar en la complementación porque, obviamente, en América Latina hay recursos que deben ser complementados.
Y poner en discusión el sistema financiero; nuestros países no han cambiado las leyes de entidades financieras. Venezuela misma tiene todavía una ley de entidades financieras con una concepción neoliberal, donde los bancos tienen libertad en su funcionamiento. El supuesto es que todo se rige con la aplicación de los llamados criterios de Basilea, que se denominan micro-prudenciales, mediante los cuales se califican pasivos y activos y supuestamente se sabe si un banco está, de alguna forma, protegido de cualquier crisis, de acuerdo a cómo sea su calificación de riesgo. Me parece, no sé si me equivoco, que no andan muy bien las calificaciones de riesgo; no sé si las AA1 o las AA+ andan muy bien. Me parece que tenemos que exigir que se cambie hacia criterios macro-prudenciales, que contengan los viejos temas todavía actuales: ¿por qué razón los bancos privados y públicos aún no tienen los depósitos a cuenta y orden de su Banco Central? Eso sería como tenerlos a cuenta y orden de su propia sociedad, y también algunas otras ideas de esos “viejos sistemas” como que los ahorros se hagan créditos, etc. Para ello se requiere mayor control y un ordenamiento con respecto al recurso del ahorro, al recurso del crédito, y para ello hay que cambiar de estructura financiera. Pero resulta que hablamos de cambiar la arquitectura financiera internacional y no cambiamos nuestra arquitectura local. Hay que cambiar las estructuras financieras locales para avanzar en un tipo de idea global. La Moneda Común del Sur, la idea del Sucre defendida por Pedro Páez, va en el mismo sentido que la tendencia al intercambio en monedas locales (como han comenzado a hacer Brasil y Argentina). Incluso puede pensarse, como lo hace Páez, en que el Banco del Sur se capitalice con monedas locales y no solamente con dólar o con moneda internacional. Tenemos que empezar a pensar en una moneda del Sur tanto como en una especie de coordinación de políticas macro económicas entre nuestros países. Seguramente hay otros temas para agregar; ojalá se pudiera consensuar una lista de medidas que pensamos pueden ser tomadas por los gobiernos o por las organizaciones sociales para defender a su población, a su sociedad y a su proyecto de vida, no al capitalismo. Y en la misma perspectiva reafirmar, consolidar y darle una mayor credibilidad a una alternativa de largo o de mediano plazo, no como un sueño sino como una perspectiva real: el Socialismo del Siglo XXI.
XI. OTRO MUNDO NO ES POSIBLE, ES IMPRESCINDIBLE
Para concluir, quisiera decir que ésta no es una crisis de las fuerzas productivas; en realidad es una crisis de organización social y económica. No es obra de la naturaleza, tal como fueron los daños provocados por el último huracán en la infraestructura de Cuba (gracias Gladys Fernández por desasnarme al respecto). Los analistas del establishment hacen como si esta crisis hubiera sido también provocada por un huracán, por una cosa insospechada, inesperada, que vino así desde los cielos. La verdad es que esto que vivimos no es el huracán que ha vivido Cuba, sino la crisis de un sistema económico, una crisis que afecta el cómo los seres humanos estamos viviendo, y por lo tanto es una cuestión que puede y debe ser clarificada. Es una crisis del capitalismo vinculada con el hecho incontrastable de que el capitalismo no funciona, y de lo que se trata es de superarlo y de ver la alternativa que tenemos para esto.
Me parece que podemos adentrarnos en este tipo de referencia porque el clima de debate ya se creó, ya se instaló: es hora de análisis y de alternativas. Tal vez no tengamos recetas sino aproximaciones sucesivas, que faciliten la idea de que desde el Sur comienza a haber respuestas. La Conferencia se reunió precisamente para eso, se diseñó para comenzar a entregar respuestas desde el Sur así sean aproximativas, porque así se genera un nuevo clima intelectual que otorga a los movimientos sociales una nueva esperanza. Caracas y Rio Grande do Sul han sido sedes de un movimiento muy importante de reconstrucción de los desastres causados por la oleada neoliberal: el Foro Social Mundial. Algo magnífico: la gente, a su manera, en distintas formas, con distintas reivindicaciones, de distintos países, de distintos sectores sociales, económicos, participó de esa nueva forma de organización, de este fenómeno del Foro Social Mundial. Estaba pensando en su bello lema: Otro mundo es posible. Muy bello, pero el mundo que está es este y el otro mundo es posible no está, es utópico (no tiene lugar). Cuando uno dice que otra cosa es posible parece que lo dijera con culpa o como diciendo: “vamos a ver si es posible”. Creo seriamente que deberíamos cambiar ese lema porque no se trata de que “otro mundo es posible”, sino de que otro mundo es ahora imprescindible, y si nosotros no podemos hacer que esta idea sea vista como imprescindible por nuestros pueblos corremos riesgos de perder el tren de la historia. Y creo que la Conferencia, con las limitaciones que tuvo, se animó a tener confianza en que el futuro se está plasmando de una manera distinta y más justa, donde lo social prevalezca sobre el interés, el lucro y la concentración de la organización económica a través de la apropiación del beneficio.
Esto implica, al menos, poner claramente sobre la mesa los temas en debate para la realización de propuestas concretas; a eso apuntaban las preguntas algo retóricas que formulaba más arriba. Si logramos realizar esa pequeña contribución, podemos seguir percibiendo que es muy compleja la situación, y seguramente sobrevendrán eventos que hoy no conocemos y que pueden ser muy difíciles en el plano de la disputa social y económica. La Conferencia organizada por el Centro Internacional Miranda nos dio un horizonte (felicitaciones, Luis Bonilla, motor de su realización, y a Venezuela por ser un país comprometido con la situación del Sur y la perspectiva latinoamericana). Un horizonte esperanzador nuevo no es tan sólo un par de consignas o de expresiones de deseos: son las fuerzas necesarias para llevar adelante la indispensable movilización social, para asumir la tarea que tenemos por delante. Un mundo imprescindiblemente distinto no está a la vuelta de la esquina, pero es una idea cargada de razón, que contiene mucha lógica, que despierta mucha expectativa. A hacer lo que se pueda hacer para hacerlo posible.
Jorge Marchini (Argentina)
Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador para América Latina del Observatorio Internacional de la Deuda (OID-IDO) Investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)