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Honduras: una improbable solución
por Atilio Boron
1ro de noviembre de 2009

¿Se resolvió la crisis política en Honduras? Si
bien se abrió una ventana de oportunidades todo parece indicar que no
hay demasiado lugar para el optimismo. Conviene recordar lo que
dijéramos en estas mismas columnas al producirse el golpe: que
Micheletti sólo permanecería en el poder en la medida en que contara con
el apoyo, activo o pasivo, de Washington. Cuatro meses demoró la Casa
Blanca en comprender el alto costo que tenía sostener a un régimen
golpista en la región. Acuciado por los diversos problemas que enfrenta
en su política exterior -sobre todo por el rápido deterioro de la
situación en Afganistán y Pakistán y el empantanamiento de sus tropas en
Irak- Obama dio un golpe de timón que descolocó a su Secretaria de
Estado Hillary Clinton, principal artífice del apoyo a los golpistas, y
envió a Thomas Shannon a Tegucigalpa con el encargo de restaurar el
orden en el convulsionado patio trasero. Poco después Micheletti
archivaba sus bravuconadas y aceptaba mansamente lo que hasta entonces
era inaceptable. Claro, poco antes Shannon había transmitido el
terminante mandato imperial. Para dulcificar el mal rato hizo pública su
admiración por los dos líderes de la democracia hondureña: el golpista y
el destituido.

Zelaya propone un programa de tres puntos: restitución, amnistía y
gobierno de reconciliación nacional. La primera deberá ser resuelta por
el Congreso, el mismo organismo que convalidó con entusiasmo el golpe de
estado y no ahorró insultos y calumnias en su contra. Habrá que ver,
pero no será sencillo. Amnistía, ¿para quienes? ¿Para los funcionarios
civiles y militares de un gobierno que violó los derechos humanos y
conculcó todas las libertades? ¿O aceptaría Zelaya ser amnistiado por
delitos que no cometió, como por ejemplo tener la osadía de pretender
preguntarle a su pueblo si es que estaba de acuerdo con convocar a una
asamblea constituyente? Y ni hablar de la tercera cláusula, íntimamente
vinculada a la anterior. Porque, en las actuales condiciones, ¿un
gobierno de reconciliación nacional no es acaso un pasaporte al olvido,
a la desmemoria, a la impunidad?

Un somero balance de la crisis y su aparente resolución revela que
los golpistas pueden sentirse satisfechos porque preservaron sus dos
principales objetivos: destituir a Zelaya, aunque reasuma por unos pocos
meses más hasta que finalice su mandato; y haber logrado el
reconocimiento internacional de las viciadas elecciones del 29 de
Noviembre, cosa que el propio Shannon se encargó de asegurar. A su vez
la oligarquía hondureña se saca de encima el peligro de una escalada más
agresiva de Estados Unidos contra sus propiedades y privilegios, cosa
que podría haber ocurrido si no se producía un acuerdo. Un eventual
control más pegajoso de Washington sobre sus activos y fondos en Estados
Unidos le quitaba el sueño, y la intransigencia de Micheletti se
convertía en una amenaza innecesaria a sus intereses.

Para Zelaya el balance resulta mucho más complejo, y es
precisamente eso lo que ensombrece el panorama hondureño. Su restitución
no remueve para nada las causas profundas que provocaron el golpe de
estado. Además, en tal caso, ¿convalidaría sin más los resultados de
unas elecciones plagadas de gravísimas irregularidades y cuya campaña se
desenvolvió bajo el clima de violencia y terror impuesto por los
golpistas? Micheletti ya está haciendo sonar los tambores de guerra.
Apenas cerrado el acuerdo declaró a la CNN en Español que una vez
restituido en el poder “Zelaya y la gente que le acompaña estamos
seguros de que van a emprender una campaña de persecución. Sólo el que
no conoce la actitud de Zelaya se cree que no habrá consecuencias.”
¿Cuál será la respuesta en caso de ser reinstalado en el gobierno:
¿Amnistiar a los golpistas, reconciliarse con ellos, abrazarse con
Micheletti? Pero Zelaya está lejos de ser el único actor de este drama:
¿Como reaccionarían los heroicos militantes que arriesgaron sus vidas y
su integridad física para defender al gobierno legítimo? Hay muchos
muertos, y heridos; mucha cárcel y humillación de por medio: ¿aceptarán
estas mujeres y hombres que ganaron las calles de Honduras el olvido de
tantos crímenes y el perdón a sus victimarios? Además, si una lección
extrajeron los movimientos sociales y las fuerzas populares durante
estos cuatro meses de resistencia es que si se organizan y movilizan su
gravitación en la coyuntura puede llegar a ser decisiva, mucho más de lo
que antes se imaginaban. La crisis les enseñó, brutalmente, que pueden
dejar de ser objetos de la historia para convertirse en sujetos y
protagonistas de la misma. Y tal vez por eso, más allá de lo que ocurra
con este acuerdo, decidan seguir avanzando en sus luchas por la
construcción de una Honduras diferente, esa que no se consigue con
injustas amnistías o espurias reconciliaciones.


Atilio Boron

Analista Político. Coordinador del Ciclo de Complementación Curricular en Historia de América Latina-Facultad de Historia y Artes, UNDAV. Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación «Floreal Gorini».