El mercado de eurodólares encuentra su origen anecdótico en la preocupación de las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría de los años ’50, de hacer fructificar sus reservas en dólares sin tener que colocarlas en el mercado financiero norteamericano. Es, sin embargo, la magnitud de las salidas de capitales norteamericanos lo que constituye la causa estructural del vuelo espectacular de este mercado en la segunda parte de la década de los ’60. El déficit creciente de la balanza de capitales norteamericana durante este período resulta de la conjugación de tres elementos : las inversiones masivas de las firmas norteamericanas en el extranjero, en Europa sobre todo ; el techo de las tasas de interés por la reglamentación Q, que alentó los préstamos extranjeros en el mercado norteamericano y desalentó los depósitos en EE.UU. ; la financiación de la guerra de Vietnam. Para frenar estas salidas de capitales, las autoridades norteamericanas introdujeron en 1963 una tasa sobre los empréstitos de los no residentes, que tuvo por efecto desplazar la demanda de financiación en dólares del mercado norteamericano hacia los euromercados, donde las filiales de los bancos norteamericanos podían operar con total libertad. La oferta de dólares en estos mercados emana, por una parte, de las instituciones y firmas norteamericanas desmotivadas por el nivel muy bajo de las tasas de interés en EE.UU., y por otra parte, de los bancos centrales del resto del mundo que colocan sus reservas en dólares. Fuera de todo control estatal, no obligados a constituir reservas obligatorias, los eurobancos -dicho de otro modo, los bancos que trabajan en dólares en suelo europeo, y por extensión los xenobancos, bancos que trabajan con todas las monedas fuera de sus territorios de emisión- pueden ofrecer remuneraciones elevadas a sus depositantes y tasas competitivas a sus clientes sin reducir sus márgenes de beneficios (Adda, 1996, t. 1, pp. 94 y siguientes).