Protestas masivas y los dos mundos de la política indonesia

15 de septiembre por Edward Aspinall


Protestas de agosto 2025 en Yakarta. Por Maria Cynthia, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=173890026

La ola de manifestaciones que sacudió las ciudades y pueblos de Indonesia la semana pasada muestra más que unas pocas similitudes con la que tumbó el régimen de Suharto en 1998.



Algunas de las similitudes saltan a la vista. En ambos casos, la represión violenta de las fuerzas de seguridad dio pie a la escalada del movimiento. En 1998, los disparos contra estudiantes en la Universidad Trisakti en Yakarta provocaron disturbios masivos y generaron la crisis final que forzó la dimisión de Suharto. La semana pasada, el atropello mortal de un conductor de mototaxi, Affan Kurniawan, por un vehículo policial desató una ola de indignación que recorrió todo el país. La gente comenzó a atacar y meter fuego a edificios gubernamentales (según mi recuento, ardieron totalmente por lo menos ocho sedes de parlamentos regionales) y a lanzar incursiones masivas sobre las viviendas de destacados políticos, como Ahmad Sahroni, miembro de la Cámara de Representantes (Dewan Perwakilan Rakyat, DPR) y del ministro de Hacienda, Sri Mulyani.

En 1998, al igual que estos días, el telón de fondo de las protestas fue en parte económico. En 1998, la crisis financiera asiática trajo el colapso de la economía indonesia, sumiendo a millones de personas en la pobreza y forzando a muchas empresas a declararse en quiebra. La situación económica no es tan grave actualmente, pero el crecimiento se frena y la clase media se encoge. Las medidas del gobierno central para mejorar la eficiencia han afectado negativamente a numerosos sectores: muchos gobierno regionales, por ejemplo, han respondido incrementando el impuesto sobre el patrimonio. La economía sumergida y el trabajo precario van en aumento, ambos paralelamente a las subcontratas y a los despidos en el sector industrial. Y todo esto ocurre en condiciones de extrema desigualdad económica.

Este contexto ayuda a explicar algunos rasgos característicos clave de las protestas recientes, como la participación de sindicalistas y conductores de VTC, incluso el escrache a la vivienda de Sri Mulyani, quien durante mucho tiempo fue el ídolo de liberales y reformistas de clase media y ahora es la cara pública de la austeridad para muchos manifestantes.

Subculturas de protesta
Sin embargo, tal vez la mayor similitud entre 1998 y 2025 es que ambas olas de manifestaciones nacen de una subcultura de protestas callejeras que se había ido fraguando durante varios años. La causa inmediata en 1998 bien pudo haber sido la crisis financiera asiática, pero las y los manifestantes de ese año pudieron aprovechar la experiencia ‒y la inquina contra la autoridad gubernamental‒ que había acumulado mucha gente durante varios años de crecientes disturbios sociales y políticos. En los campus universitarios, sectores de las clases medias y muchos barrios pobres de las ciudades se había desarrollado un clima de protesta y oposición al régimen de Suharto.

Hoy, la dinámica es parecida. Las protestas de 2025 no han surgido de la nada, sino que representan como mínimo la quinta ola de protestas masivas encabezadas por la juventud desde 2019. Primero se produjeron las manifestaciones de septiembre y octubre de 2019, provocadas sobre todo por iniciativas del DPR y del gobierno para retirar ciertos poderes clave a la Comisión para la Erradicación de la Corrupción (Komisi Pemberantasan Korupsi, KPK), que hasta entonces se había mostrado bastante eficaz.

Un año después, en 2020, otra ola de protestas respondió a la promulgación de la llamada Ley Ómnibus de Creación de Empleo, que entre otras cosas aceleró la implantación del trabajo precario y debilitó la protección medioambiental en las inversiones en proyectos para la extracción de recursos naturales. Las protestas de advertencia de emergencia de agosto de 2024 y las de Indonesia oscura de febrero de 2025 respondieron a causas diferentes y propugnaron objetivos inmediatos distintos, pero todas estas olas expresaban una crítica similar a la elite política indonesia y la corrupción generalizada en su seno. La dimensión económica y de clase es más fuerte en la ola de protestas actual, pero esta también se basa en características que ya estuvieron presentes en episodios anteriores.

Cada una de estas cinco olas de protestas han representado otros tantos indicios del declive democrático de Indonesia y de la reaparición del autoritarismo. Pero también son significativas por derecho propio, ilustrando la emergencia de una ueva contracultura de protesta en las ciudades y pueblos de Indonesia.

Basada en tradiciones anteriores de protesta social, esta nueva contracultura se centra en una profunda y creciente inquina contra la elite gobernante indonesia. Unido por medio de nuevas modalidades de comunicación en línea, redes cambiantes de organizaciones laxas y conexiones entre entidades más consolidadas, como los consejos ejecutivos estudiantiles, sindicatos obreros y ONG, este movimiento es ideológicamente diverso, pero comparte elementos de oposición a la oligarquía, indignación por la corrupción de la elite gobernante y rechazo de la creciente desigualdad económica.

Académicos y activistas indonesias han señalado el carácter rizomático de la nueva protesta juvenil y los nuevos movimientos sociales, con sus modelos organizativos difusos y carentes de líderes. Mientras que algunas personas celebran estas características, destacando el carácter participativo de los nuevos movimientos juveniles y cómo su flexibilidad dificulta su erradicación, otras han señalado que carecen de la fuerza organizativa y claridad ideológica necesarias para conseguir un cambio social y político fundamental.

Dos mundos enfrentados
Las recientes protestas pueden entenderse, por tanto, como el resultado del choque entre dos mundos de la política indonesia: el mundo de la política representativa oficial y la subcultura de protesta juvenil que la rechaza. Parte de lo que explica la gravedad de las protestas es que, mientras que las y los manifestantes comprenden bastante bien el mundo de los políticos, lo contrario no parece ser cierto, al menos hasta ahora.

Cuando se anunció que los miembros de la Cámara de Representantes obtendrían nuevas y generosas prestaciones ‒un acontecimiento clave que precipitó la actual ronda de protestas‒, además de sus ya elevados salarios, estos políticos obviamente consideraron que se trataba de una recompensa bien merecida. Los políticos electos se quejan habitualmente de las escasas expectativas de ingresos y otras prestaciones que les plantean sus electores, y sin duda muchos de ellos creían que su aumento salarial de facto les ayudaría a abordar este problema.

Sin embargo, el anuncio y las piruetas verbales de quienes lo justificaban ‒por no hablar de las imágenes de los diputados y diputadas bailando alegremente durante una reciente sesión parlamentaria‒ se produjeron en un momento en que muchos indonesios estaban sufriendo una profunda crisis económica, lo que reveló una notable falta de comprensión de cómo la opinión pública podría recibir esta noticia.

Para echar más leña al fuego, algunos y algunas representantes acudieron a las redes sociales para burlarse y menospreciar a la gente que protestaba. Ahmad Sahroni, un político especialmente rico y descarado, calificó a los manifestantes que pedían la disolución de la Cámara de “las personas más estúpidas del mundo”, lo que llevó a los medios de comunicación a recordar a los lectores su fabulosa riqueza. Sahroni pronto recibió su merecido cuando la gente atacó y saqueó una de sus casas, exhibiendo en las redes sociales los artículos de lujo que encontraron allí, como una escultura de Ironman en tamaño real.

¿Cómo pudo la brecha entre estos mundos agrandarse tanto que Sahroni y otros colegas pudieran cometer errores de cálculo tan fatales? En los primeros años del periodo posterior a la Reformasi [1] de 1998, los políticos electos estaban al menos algo en sintonía con el mundo de las protestas callejeras. Habían visto cómo estas podían derrocar un régimen y se preocupaban por prestar atención a lo que querían los manifestantes y, cuando era posible, ceder ‒aunque solo fuera parcialmente o de forma simbólica‒ a sus demandas.

El tiempo pasó y la mayoría de esa primera generación de políticos posteriores a la Reformasi desapareció de la escena, para ser sustituida por una nueva generación de políticos (en muchos casos hijos de la primera generación) a los que se había inculcado la cultura del dinero que se había instalado en las instituciones democráticas de Indonesia, y eran producto de ella. A medida que se afianzaban la compra de votos y otras formas de política clientelar como la principal forma de ganar las elecciones, los diputados y diputadas y otros políticos tuvieron que invertir sumas cada vez más cuantiosas en sus campañas. Cada vez son más quienes provienen de entornos empresariales ricos o de dinastías políticas consolidadas.

Estos cambios también han transformado la cultura política y los patrones de trabajo dentro de las instituciones representativas de Indonesia, aumentando la necesidad de las y los representantes de utilizar sus cargos oficiales para generar ingresos o, al menos, para acceder a fuentes clientelares. Hace aproximadamente una década, como investigador, había que andar con mucho cuidado al investigar temas como la compra de votos o la recaudación informal de fondos dentro de la Cámara de Representantes. Con el paso del tiempo, mi impresión es que los miembros de la Cámara y otros políticos se muestran cada vez más abiertos a la hora de discutir estos temas, ya que estas prácticas se han normalizado.

Fuentes conocedoras de tales prácticas también dan cuenta de cómo los nuevos miembros de instituciones como la Cámara son iniciados en una cultura de corrupción por sus superiores. Hace unos meses, un miembro relativamente joven de la Cámara nos explicó a mí y a mis colegas cómo es ser miembro de esa institución: “... si hablas de defender los derechos del pueblo, se reirán de ti, se acercarán a ti y te dirán ‘no te lo tomes tan en serio’... ‘no seas tan santurrón’... Pero si hablas de dinero, bueno, todos vendrán y te tratarán con seriedad y atención. Si quieres explicarles qué proyectos te rendirán un 30 %, se mostrarán satisfechos.”

La gente indonesia de a pie también se da cuenta de estos cambios. Las investigaciones sobre corrupción, especialmente las iniciadas en el pasado por la Comisión Anticorrupción, sacaron a la luz la fabulosa riqueza de muchos políticos, con registros en sus casas que revelaron colecciones de bolsos Hermès, Lamborghinis y otros lujos similares. Los propios políticos se han vuelto cada vez más abiertos a la hora de hacer alarde de su riqueza en las redes sociales. Al mismo tiempo, sabemos que las preferencias de los políticos se ajustan a los intereses de los votantes con ingresos elevados, en lugar de los de la ciudadanía de a pie, en ámbitos como el bienestar social y la redistribución.

En resumen, años de política clientelar han creado una brecha cada vez mayor entre el mundo político de la élite gobernante que habita las instituciones democráticas de Indonesia y el de los y las jóvenes manifestantes cuyos progenitores desempeñaron un papel tan importante en la creación de esas instituciones.

Los objetivos de la protesta
A pesar de las numerosas similitudes, también destacan las diferencias entre las protestas de 1998 y las de 2025. Por un lado, gran parte de la violencia por parte de la gente y los saqueos han sido mucho más selectivos ahora que en 1998. En 1998, especialmente durante los disturbios de mayo en Yakarta, la gente atacó símbolos de riqueza y propiedad en general, y hubo muchos ataques racistas dirigidos específicamente contra personas y propiedades de etnia china. En esta ocasión, además de que la violencia ha sido en general mucho menor, no ha habido (que yo sepa) informes verificados de violencia antichina, a pesar de los muchos rumores y temores de que fuera inminente. En cambio, la violencia se ha dirigido contra figuras y símbolos de la autoridad estatal: la policía, los edificios del parlamento, las residencias privadas de políticos y similares.

Los objetivos políticos de las protestas actuales, en cambio, son mucho más difusos que los de sus antecesoras en 1998. Lo que dio al movimiento Reformasi gran parte de su poder fue la naturaleza precisa de sus objetivos, plasmados en una serie de metas ambiciosas, pero en última instancia alcanzables: el derrocamiento de Suharto, el fin de la doble función (dwifungsi) del ejército, la supresión de la censura, etc. Esos objetivos pudieron alcanzarse en parte porque las y los manifestantes lograron encontrar aliados, no solo entre los miembros de los principales partidos políticos, organizaciones religiosas y similares, sino también dentro de la elite gobernante civil y militar, muchos de cuyos miembros acabaron abandonando a Suharto y uniendo su suerte a la de Reformasi.

Hoy en día, los objetivos de las protestas no se limitan a forzar la salida de ningún líder o partido en particular, ni siquiera a derogar un conjunto limitado de leyes o reglamentos. Sin duda, tienen muchos objetivos de este tipo: numerosos grupos de manifestantes piden la dimisión del presidente Prabowo Subianto, la disolución de la Cámara de Representantes y la derogación de diversas leyes y reglamentos. Pero lo que realmente defienden, por encima de todo, es el rechazo de toda la elite gobernante.

Y toda la élite gobernante, en mayor o menor medida, se mantiene unida contra ellos. Esto quedó simbolizado de forma dramática el 31 de agosto, cuando los líderes de todos los principales partidos políticos se alinearon junto a Prabowo mientras pronunciaba un discurso en el que mezclaba concesiones (cancelar las nuevas dietas de los disputados y diputadas) con amenazas (acusar a los manifestantes de traición y terrorismo).

Por consiguiente, es difícil ver alguna forma en que la actual confrontación entre los dos mundos de la política indonesia vaya a desaparecer pronto. Sin duda, la actual ola de protestas podría disiparse pronto, como lo hicieron las anteriores; de hecho, parece que va por ese camino mientras escribo este artículo. Pero hasta ahora, cada ola ha venido seguida por otra, prácticamente cada año. Es probable que ese patrón continúe. Los políticos de elite están atrapados en un sistema clientelar del que les resultaría difícil escapar aunque quisieran. Así, las y los manifestantes están muy lejos de alcanzar sus objetivos, y es poco probable que su inquina hacia la clase política indonesia se disipe.

Esto también hace que el período actual parezca diferente de la última etapa de la era Suharto: en la década de 1990, incluso cuando las protestas eran reprimidas por los militares, los grupos más combativos siempre consideraban que perseguían un objetivo definido: el derrocamiento del régimen de Suharto. Los objetivos actuales no están tan bien definidos y se resumen en términos como oligarquía, corrupción y similares, que apuntan a relaciones de poder informales profundamente arraigadas. Poner fin a estos fenómenos requerirá un cambio sistémico profundo, más que un número limitado de ajustes o reformas legales formales.

Es difícil imaginar que ese cambio se produzca con la actual hornada de políticos de élite que ocupan cargos electivos. Sin embargo, sustituirlos tampoco es fácil. Cuando los activistas progresistas se han aventurado en la arena electoral en Indonesia, casi siempre han fracasado (en marcado contraste, por ejemplo, con Tailandia). Los políticos de élite tan denostados por la gente disfrutan de enormes ventajas organizativas y materiales que los hacen muy difíciles de derrotar, especialmente cuando tantos votantes esperan obtener favores a cambio de sus votos. Estos políticos también manejan maquinarias políticas que llegan hasta las comunidades donde vive la ciudadanía de a pie en las zonas urbanas y rurales de Indonesia, algo de lo que los manifestantes carecen.

Derrocar a Suharto fue un logro titánico. Podría decirse que los objetivos de la actual ronda de manifestantes no son menos colosales.

Fuente: viento sur, extraida de New Mandala

Traducción: viento sur


Notas

[1Reformasi es el nombre con el que se designa la transición del régimen dictatorial de Suharto a una democracia formal en Indonesia, que tuvo lugar a finales del siglo XX y comienzos del XXI.

Edward Aspinall

es investigador de la política indonesia y del sudeste asiático en la Escuela Coral Bell de Asuntos de Asia y del Pacífico, perteneciente a la Universidad Nacional de Australia.

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